Un recuerdo de Pablo Chiuminatto Muñoz

Un recuerdo de Pablo Chiuminatto Muñoz

No tengo memoria precisa de cuándo conocí a Pablo Chiuminatto, pero creo poder contar hasta los últimos años de los 90. Apenas un poco más de un cuarto de siglo sería, quizá, la cifra más probable.

Me llamó inmediatamente la atención su brillo personal, que era una mixtura de gentileza y cortesía, cercanía y cordialidad, un humor no exento de ironía, que podía ser punzante, y una inteligencia definitivamente excepcional; y algo más, que no sé cómo llamarlo, porque las palabras que me vienen no son oportunas. Si digo entusiasmo, es palabra que no tiene muy buena fama; si digo euforia, es peor. Pero es algo que tiene que ver con estar más allá de sí mismo, no enclaustrado, sino abierto al encuentro. Algo así como un don, un presente. No sin reserva, por cierto, no sin esa reserva profunda, entrañable, inaccesible, que hace apreciar el don y agradecer el presente.

Emprendimos variedad de cosas en conjunto. Los cursos de Formación General, que aún perduran, desde 2001: Pablo produjo la presentación visual y textual que quedó como modelo y estuvo, junto a Sergio Rojas, Eduardo Molina, Juan Manuel Garrido y yo, en el primero de esos cursos, en la Sala Eloísa Díaz, de la Casa Central, con algo así como 150 o 200 estudiantes de las diversas facultades de la universidad. “Concepciones de lo humano” fue el tema. La experiencia se repitió. En el año 2003, poco antes de que se creara al Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (antecesor del actual ministerio) la División de Cultura del Ministerio de Educación solicitó que elaborásemos, Pablo, Rodrigo Zúñiga y yo una suerte de manual sobre “Arte y estética” para unos Laboratorios de Gestión Cultural, que, supongo, se distribuyó en el país. Su fuente fue un curso de Formación General y Básica, también para estudiantes de distintas facultades, que dimos, creo, en dos oportunidades en la Sala Isidora Zegers, de Artes Centro.

También fue parte de la formulación del proyecto de pregrado de la Facultad de Artes, que fue adjudicado por concurso de la unidad de Mejoramiento de la Calidad de la Educación Superior (MECESUP), del mismo ministerio. Eso ha de haber sido también en 2003 y en los años siguientes.

En ese mismo año, después de concluir el Magíster en Artes Visuales, Pablo ingresó en la segunda cohorte del Doctorado en Filosofía con mención en Estética y Teoría del Arte. Rindió su tesis en 2007, como segundo graduado del programa (el primero fue Rodrigo Zúñiga), con la tesis “Fundamentos para una estética cartesiana”. Quiero subrayar muy especialmente la significación que tiene esta investigación. La verdad, no conozco ningún libro o trabajo que aborde este tema; referencias al Compendium musicae de Descartes, artículos sobre cosas que este dice a propósito de la belleza, sí los hay. Fue una empresa definitivamente novedosa, voluminosa y brillante. Pienso que valdría pensar en su publicación.

A poco de doctorarse, Pablo partió a Italia, a realizar una estadía postdoctoral en Lecce, en la Università di Salento. Recuperó la lengua que había aprendido tempranamente. Se sumó al grupo que trabajaba en la edición bilingüe de las obras completas de Descartes y a la reedición italiana de su correspondencia y produjo un estudio notable: René Descartes. El método de las figuras. Imaginario visual e ilustración científica, que se publicó en 2013 en Orjikh, con traducción al castellano de Soledad Sairafi.

Pablo Chiuminatto era artista, pintor. Su archivo visual no era únicamente vasto, había sistema en él, pero no un sistema preconcebido, sino guiado por una sensibilidad que era, en ocasiones, delicadísima, en otras, ácida, pero al mismo tiempo jovial. Sensibilidad es una palabra que importa aquí. Pensamiento sensible, sensibilidad pensante eran, como si ambos fuesen uno, lo que distinguía a Chiuminatto.

Un sitio en el cual advertir este doble rasgo, creo, es uno de tantos libros escritos a cuatro manos. Pablo escribió la mayoría de sus libros en colaboración, a dúo. Una práctica desde todo punto de vista recomendable: después de todo, siempre se está conversando al escribir —nunca se escribe solo, a pesar de las apariencias— y si esa conversación es actual, no solo con otras y otras que hemos leído, desde el pasado lejano al presente distante —porque no están allí aquellas y aquellos con quienes entramos en diálogo o disputa—, sino también con personas de cuerpo presente, que proponen lo suyo, que responden, que ayudan a pensar y encontrar las palabras que no sabríamos hallar de otro modo, tal como quisiéramos ayudarles también con sus pensamientos y palabras. Es una práctica difícil. Y creo que Pablo ha sido particularmente diestro en ello. Pienso ahora en un libro reciente, que lleva su firma y la de Ignacio Veraguas. Gusto sabor y saber es el título y está fechado en 2022.

Hablaba de pensamiento sensible, sensibilidad pensante. Ya desde el título, que no interpone un signo ortográfico entre “Gusto”, con inicial mayúscula, y “sabor y saber”, en minúscula, de manera que no sabemos si es una enumeración (“Gusto, sabor y saber”) o una especificación (“Gusto: sabor y saber”) o una omisión, se asiste a algo así como un guiño, una operación visual. La imagen del hermoso árbol fructífero que se erige en el centro de la portada y que fue tomada de uno de tantos libros sobre el Nuevo Mundo, publicado, según los créditos, en Leiden en 1640, complementa ese guiño y hace a la vez, por su parte, su propio juego. 

Muy en el centro o en la base de este libro está el barroco y el extenso y rico siglo XVII, con unas últimas estribaciones en el XVIII. Es posible que exagere, porque el libro es abundante en referencias, muchas de ellas contemporáneas, por cierto, y muchas otras de diversos tiempos que componen un tejido complejo y extraordinariamente sugerente a propósito de aquel tema, el gusto, que tuvo significación eminente en los siglos que mencionaba. Hablé del barroco, porque sé que había en él modelos para Pablo, justamente en lo que toca al doble rasgo de pensamiento sensible y sensibilidad pensante; el siglo de la alegoría y del emblema (o empresa) llevó ese rasgo a niveles exquisitos. (Dicho sea de paso, conservo la selección y traducción de partes del cuantioso Catalejo aristotélico, de Emanuele Tesauro, que en 2003 hicieron Pablo y Eduardo Molina para un proyecto Fondecyt en que trabajamos en conjunto. Hombre del barroco, Tesauro habla allí del ingenio, la agudeza y la retórica.)

En un mensaje que envié a la comunidad del Doctorado en Filosofía con mención en Estética y Teoría del Arte, compartiendo la triste noticia de su fallecimiento, concluí diciendo que Pablo fue un muy querido amigo para muchas y muchos de nosotros y que guardo de él y de las múltiples labores que emprendimos en la Universidad de Chile y en otros lugares y otras actividades el recuerdo más cariñoso. En fin, que su partida ha sido muy dolorosa.

Pablo Oyarzún
Académico de la Facultad de Artes
Coordinador del Doctorado en Filosofía con mención en Estética y Teoría del Arte

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Un recuerdo de Pablo Chiuminatto Muñoz

"Me llamó inmediatamente la atención su brillo personal, que era una mixtura de gentileza y cortesía, cercanía y cordialidad, un humor no exento de ironía, que podía ser punzante, y una inteligencia definitivamente excepcional", escribió Pablo Oyarzún, filósofo, ensayista y académico de nuestra Facultad, en memoria de Pablo Chiuminatto. "Pensamiento sensible, sensibilidad pensante eran, como si ambos fuesen uno, lo que distinguía a Chiuminatto", agregó Pablo Oyarzún sobre el artista visual, académico de la U. Católica y doctor en Filosofía con mención en Estética y Teoría del Arte de la U. de Chile, recientemente fallecido.

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