Académico Alejandro Barros del Departamento de Ingeniería Industrial de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la U. de Chile presenta charla sobre IA en la Biblioteca de Artes

Con éxito se realiza 2da charla en la Biblioteca de la Fac. de Artes

En el marco del ciclo de charlas organizado por la Biblioteca de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, el académico Alejandro Barros, del Departamento de Ingeniería Industrial de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas, dictó la segunda conferencia titulada “IA: Tecno-optimismo o Tecno-pesimismo?”. La actividad convocó a estudiantes, funcionarias/os y académicas/os de diversas disciplinas en torno a una pregunta urgente y compleja: ¿cómo enfrentamos el impacto de la inteligencia artificial generativa en nuestras vidas, oficios y relaciones sociales?

Alejandro Barros comenzó aclarando que lo que hoy se conoce como inteligencia artificial generativa no es más que un cálculo de probabilidades extremadamente eficiente. “No hay una conciencia ni comprensión de lo que se dice, hay un modelo que aprendió patrones y los reproduce. No es que ‘entienda’, sino que predice cuál es la palabra que debería venir a continuación en función de millones de ejemplos anteriores”, explicó. Para el académico, parte del problema es que estas herramientas se expresan con una estructura gramatical tan fluida que muchos tienden a atribuirles una inteligencia que no poseen.

El académico abordó con claridad las limitaciones actuales de estas tecnologías, especialmente en tareas que requieren razonamiento complejo, pensamiento crítico o respuestas creativas. “No esperemos que nos resuelvan la vida. Hay cosas que hacen bien, y otras que hacen mal o que simplemente no entienden. Pero como dan respuestas tan convincentes, se genera una ilusión de que siempre tienen razón”, advirtió. Aun así, reconoció que su potencial en ciertos ámbitos es incuestionable. “Yo uso ChatGPT todos los días. Es un gran asistente cuando ya tienes algo de información previa. Para resumir textos extensos o generar primeras versiones, es una herramienta formidable”.

Uno de los temas que generó mayor interés fue el impacto que esta tecnología podría tener en el empleo. “Si hoy alguien está estudiando programación básica, yo honestamente pensaría en cambiarme de carrera”, dijo Barros con franqueza. “Ya hay sistemas que escriben código muy eficiente. Uno igual va a tener que revisar el código antes de ponerlo en producción, pero no vas a tener que partir de cero”. Esta afirmación generó inquietud entre los asistentes, sobre todo al considerar la rapidez con la que estas herramientas han mejorado en los últimos dos años.

El expositor presentó también ejemplos reales de impactos en distintos ámbitos: una plataforma educativa que cerró porque sus contenidos fueron reemplazados por IA; guionistas de Hollywood que se quedaron sin trabajo; y fotografías falsas de figuras públicas creadas con inteligencia artificial que circularon como si fueran reales. “Va a llegar un punto en que no podamos distinguir entre una imagen real y una generada por IA. Hoy todavía se nota en detalles como las manos o las expresiones, pero eso está mejorando de forma exponencial”, advirtió.

A pesar de los riesgos, el profesor invitó a no caer en el alarmismo. “Estas tecnologías llegaron para quedarse. Y el desafío no es prohibirlas, sino aprender a convivir con ellas de forma crítica. Al igual que ocurrió con la revolución industrial, muchos oficios van a cambiar, otros van a desaparecer, pero también se abrirán nuevas oportunidades. El ser humano tiene una enorme capacidad de adaptación”.

Uno de los aspectos más debatidos fue el relativo a la regulación. El académico explicó que actualmente hay una tensión entre la velocidad del desarrollo tecnológico y la lentitud de los marcos regulatorios. “El problema es que las leyes demoran años en aprobarse, y para cuando lo hacen, muchas veces ya quedaron obsoletas. Hay una discusión abierta sobre si el entrenamiento de estos modelos pasaron por sobre los derechos de autor, y también si las imágenes generadas deberían llevar marcas de agua. Pero aunque se las pongan, igual se pueden borrar”.

Desde su mirada, más allá de las leyes, lo más importante es fomentar un juicio crítico en la ciudadanía. “No porque algo esté bien escrito significa que sea verdad. Tenemos que educarnos y educar a otros para leer con desconfianza saludable. Es el mismo principio que cuando nos llega una cadena falsa por WhatsApp”, reflexionó.

Durante el diálogo con el público, una bibliotecóloga de la Facultad de Ciencias Sociales valoró el impacto positivo que estas herramientas pueden tener en estudiantes con trastornos del aprendizaje o con dificultades para redactar. Barros coincidió: “En muchos casos, la IA puede ayudar a nivelar la cancha. El punto no es demonizar la tecnología, sino entender para qué sirve y para qué no”.

A modo de cierre, el académico enfatizó que no se trata de decidir si estas herramientas son buenas o malas. “Son como un martillo: sirven para clavar un clavo o para golpear a alguien. La pregunta clave es cómo las vamos a usar. Y eso depende de nosotros, no de la máquina”.

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