Cada 11 de mayo, Chile conmemora el Día Nacional del Teatro, fecha que no es solo un homenaje institucional, sino un acto de memoria viva. Se celebra en honor al nacimiento de Andrés Pérez Araya, director, actor y dramaturgo que transformó nuestra escena nacional con una fuerza artística inusitada y que, aún hoy, resuena.
Formado en la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile, Andrés Pérez entendió que el teatro era algo más que un arte escénico: era, sobre todo, un acto colectivo de amor y resistencia. Su creación más recordada, La Negra Ester, estrenada en 1988 y basada en las décimas de Roberto Parra, se convirtió en un símbolo de esperanza en los estertores de la dictadura. Mientras el país pedía a gritos reconciliación, él proponía una historia de amor. No cualquier amor: uno encarnado en personajes populares, marginados, contradictorios y profundamente humanos. Un amor que no negaba el dolor, pero que lo convertía en posibilidad.
Es por esto que en el Departamento de Teatro de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, donde Andrés se formó y al que regresó tantas veces como docente, seguimos celebrando cada 11 de mayo en su memoria. Porque entendemos, como él lo entendió, que el teatro no es solo política, arte o entretenimiento: es, ante todo, una forma de construir comunidad. Cada año, estudiantes, funcionarios y académicos suspendemos por unas horas la lógica de la productividad universitaria, nos reunimos, celebramos, comemos lentejas, pebre y sopaipillas, y recordamos que no estamos solos. En esta jornada se canta, se baila, se hacen muestras escénicas y se desdibujan los límites de la triestamentalidad propia de la universidad: todos somos uno, y no importa quién eres, sino quiénes somos. Nos damos cuenta de que sin comunidad no hay escena.
En tiempos marcados por la individualidad y la competencia desmedida, el teatro nos recuerda que toda creación escénica nace del encuentro. Que la diferencia no debe ser fuente de división, sino de riqueza. Que la diversidad, tanto estética como humana, es el verdadero motor del arte.
El llamado es a que este espíritu comunitario no quede solo en los muros de la universidad. Que pueda proyectarse hacia el ámbito profesional, donde muchas veces el discurso del éxito, las giras, los festivales o la lucha por los fondos eclipsan la posibilidad de colaboración real y el diálogo efectivo. Es urgente restituir el valor de los vínculos, de los procesos compartidos, de las preguntas que nos unen más allá del resultado y sus diferencias con las poéticas o estéticas que cada artista defiende. Es importante comprender que en la diversidad está la riqueza.
La celebración del Día del Teatro también es momento para repensar los modelos de financiamiento cultural. Si bien el apoyo del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio (MINCAP) ha sido fundamental, urge una política más sostenible, diversa y descentralizada, que reconozca que el teatro —como espacio de reflexión, de crítica, de ternura— es indispensable para la vida democrática. Como afirmaba Patrice Pavis, “el teatro es el espejo donde la sociedad puede mirarse… y quizá transformarse”.
Este 11 de mayo no celebramos solo a Andrés Pérez. Celebramos la posibilidad de un teatro que abrace, que incomode, que interpele, que recuerde. Pero, sobre todo, celebramos el teatro que construye una comunidad diversa y dialogante.
Marco Espinoza Quezada.
Académico y Sub Director
Departamento de Teatro
Facultad de Artes de la Universidad de Chile