"Recomendamos":

"Insomnio", "El Tercer Reich de los sueños", "Alfabetos Desesperados" e "El final de la modernidad judía. Historia de un giro conservador"

Recomendamos: "Insomnio", "El Tercer Reich de los sueños" y más

"Insomnio", de Marina Benjamin, traducción de Florencia Parodi, Chai editora

“El insomnio es el revés de la muerte y sin embargo duele”, escribió alguna vez Fernando Pessoa en el Libro de los desasosiegos, algunos años antes de que Blanchot lo tomara en El espacio literario, donde a cierta altura esgrime una breve teoría fenomenológica sobre la noche. Allí señala que en la noche todo desaparece, aunque aparece que todo ha desaparecido. El peso de la oscuridad, el desfondamiento de ser, las pupilas que flotan vaciadas de una mirada y sin un objeto en el que encuadrarse. Fue uno de los temas de Levinas, pero a la vez no fueron pocas las escritoras y los artistas que se preocuparon por el asunto, de Samuel Pepys a Susan Sontag, de Magritte a Simone Weil. Dormir, según parece, no fue nunca una tarea sencilla, menos aun cuando se lo intenta desesperadamente y en un contexto como el de estos días. Es en lo que se enfoca la escritora británica Marina Benjamin, quien anuda en este ensayo piezas tomadas de la propia experiencia con otras que provienen de los archivos de la ciencia, la literatura, la pintura o el cuidadoso anecdotario que va contruyendo a partir de relatos cercanos. La diversidad de colchones, el dilema de qué hacer con un cerebro hiperactivo, una visita a El imperio de las luces de Magritte, una teoría sobre Penélope, una reseña de Dulzura y poder (la historia económica que dedicó Mintz a la expansión del comercio de azúcar), los experimentos narrados de Oliver Sacks, una visita a Oxfordshire para ver la Pequeña rosa silvestre pintada por Edward Burne-Jones, referencias a Thoureau, a Burroughs, al poeta medieval Rumi, a los ejercicios estadísticos sobre el coeficiente del sueño, a los papeles sueltos que Charlotte Beradt sacó clandestinamente de la Alemania del Tercer Reich para exhibir las pesadillas de los judíos durante los primeros años del nazismo. El resultado es un libro sencillo, precioso e imprescindible, hecho de fragmentos que se van enlazando libremente con el fin de introducir el drama callado de los insomnes en el mundo de lo común. 

"El Tercer Reich de los sueños", de Charlotte Beradt, traducción de Leandro Levi y Soledad Nívoli, LOM ediciones

Por fin en lengua castellana, gracias a la cuidadosa traducción de Soledad Nívoli y Leandro Levi, el libro de Charlotte Beradt es profundamente conmovedor. Durante el período del Tercer Reich, en el momento en el que las dos grandes máquinas oníricas del siglo XX -Hollywood y la revolución rusa- estaban a punto de desperezarse en una pesadilla, la periodista alemana Charlotte Beradt adivinó que del relato de los sueños brotaría el temor no confesado de judías y judíos en relación con lo que venía. Un transeúnte distraído, una ama de casa, el obrero sencillo que va y vuelve de la fábrica o el chofer de un tranvía podían ser parte del laborioso experimento: la periodista los contactaba en secreto, anotaba los sueños que le contaban y los pasaba después a un códice que había elaborado para evitar represalias. El libro fue saliendo de Berlín poco a poco, página tras página, disfrazado de cartas sueltas a diferentes amigas para que éstas las conservaran y se las pasaran después. Esas pequeñas cartas disimuladas, traducidas a la vez a palabras que no operaban como significantes sino como códigos, las ordenó después hasta formar un archivo de trescientos sueños narrados, los materiales que forman el libro y cuyas páginas nos brindan una teoría sobre los usos privados del miedo. En paralelo, y a modo de una contrateoría social, nos aproxima a las ventajas que administrar el miedo reporta a quienes modelan a las multitudes, agregando una última contracara: lo saludable que es para cualquier ser mortificado poder usar la palabra y contar con alguien que lo escuche. Tan así que el libro admite ser leído como una novela clínica, donde una pila de secretos sin nombre terminan por componer una pequeña historia pública sobre los beneficios de emplear la palabra. A la vez está el drama, a modo de final suspendido, sobre qué fue del destino de aquellas contadoras de sueños que armaron una comunidad cuando ya no estaban presentes. ¿Qué hacer con eso? -como se preguntaría Sartre, cuyo pensamiento estaba extraído siempre de este tipo de circunstancias. Es la pregunta de la lectora, del lector, que quedan esperando con los brazos abiertos a un colectivo parlante hecho de fantasmas y penas.

"Alfabetos Desesperados", de Catalina Porzio, Laurel ediciones

Porzio, quien había aplicado ya este sistema particular al imprescindible Viñamarinos (con sus aburridos y sus excéntricos y sus decadentes), vuelve ahora con Alfabetos desesperados. Antes que nada, el sistema: un libro de fragmentos, filosofías de gabinetes, citas literarias y piezas teóricas que, por medio de una investigación acuciosa y un magistral uso del montaje, cuentan una historia y exponen una mirada común -común pero en franca tensión, como las partículas en la atmósfera-, sobre un romántico balneario alicaído y pretencioso antes, y ahora sobre las formas urdidas por aquellas y aquellos que no tienen cómo comunicarse, sea porque les ha sido prohibido, porque se encuentran aisladas o porque lo que quieren transportar es un mensaje que no debe ser descifrado. El resultado es un bellísimo libro, pleno de sencillez y erudición a la vez, donde las historias se anudan (la autora ideó un alfabeto que las organiza) para invertir una tesis que había hecho famosa Benjamin en su juventud: la de que la comunicación es la interrupción del lenguaje. Aquí no es así, pues la teoría del libro (o la teoría de la autora, que se da a leer a sí misma por medio de códigos estilizados y un refinado discurso encubierto), parece ser la de que es el lenguaje -en estado puro- el que interrumpe la comunicación, abreviándola en una síntesis desesperada. Cabe agregar que Porzio, además de escritora e investigadora, es diseñadora gráfica, lo que le permite observar el lenguaje desde la perspectiva de sus materializaciones. Pasolini tenía una tesis insólita: decía que como cineasta -su especialidad era el encuadre poético como duración de lo visible- las palabras le interesaban menos por lo que decían que por la forma en que modelaban un rostro cuando la boca las pronunciaba. No es una mala tesis, o digamos que es la tesis de quien reduce la totalidad del lenguaje a una sustancia expresiva, cuya teoría en imágenes sería el cine. El libro de Porzio tiene algo de esto, más que nada por su capacidad para mirar el lenguaje desde un punto que no es enteramente lingüístico, como si su oficio le aportara en secreto aquello que le falta a las filosofías linguísticas: el encuentro con el reino de los significantes urgidos, que a la hora de ser precisos apelan a una prematura forma visual que se impone al fantasma de las etimologías. 

"El final de la modernidad judía. Historia de un giro conservador", de Enzo Traverso, FCE

En este libro, el historiador y ensayista Enzo Traverso, autor de una obra monumental, despliega una tesis sobre las peripecias (y el eventual agotamiento) de la crítica en el campo del pensamiento moderno, fundándose en el tránsito que va de la fomación de un judaísmo diaspórico (tal la conocida definición de Hanna Arendt) a la participación de ésta en la configuración del nacionalismo que desde la composición del Estado de Israel prevalece en Medio Oriente. El libro apunta a diferenciar el antisemitismo, consumado de manera feroz en el que sin duda es el experimento más triste y fatal del siglo XX (el del nazismo), del antisionismo, pasando por las discusiones de Arendt con Scholem y por la progresiva erosión de la figura del intectual nacida del affaire Dreyfus hasta llegar, en la actualidad, a la metamorfosis de la judeofobia en islamofobia. Desarrrollado por medio de una prosa simple, honda y abierta, Traverso construye una teoría sobre el agotamiento de la crítica fundándola en un análisis acabado de la diáspora que a principios de siglo la ramificó por Europa.

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