Que se toquen obras sinfónicas de compositores chilenos es una suerte de audacia en un panorama de temporadas de concierto con programaciones más bien aseguradas: europeas y decimonónicas. Pero el viernes pasado, la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Chile, con la dirección de David del Pino, cerró el XII Festival de Música Contemporánea. Hace 30 años que no ocurría nada semejante, recordó Eduardo Cáceres, director artístico del evento. Cuesta entender por qué: la Sinfónica es universitaria, y debería ser protagonista en la interpretación de lo que se hace aquí, más allá del esfuerzo de sus integrantes en el estreno de obras chilenas de cámara. No es verdad, además, que el público no tenga interés: el Teatro Baquedano estaba a tope.
El concierto partió con el estreno de "Siete preludios", de Hernán Ramírez (1941), que comparten material temático y adquieren caracteres solemnes, burlones o joviales, casi siempre con finales urgentes; notable fue la participación de bongós y tumbadoras. La música del experimentado Ramírez genera y satisface expectativas con originalidad. Siguió otra primera audición, "Estratos" de Rodrigo Herrera (1981), formado en la Universidad Católica por Alejandro Guarello, Rafael Díaz y Pablo Aranda. A una apertura misteriosa, con un diálogo entre maderas y bronces interrumpidos por estallidos en la percusión, lo sigue un tutti que marca el desarrollo, cargado de presagios en varios planos sonoros y que mostraron buena parte de lo que se puede hacer con una orquesta. El público reaccionó entusiasmado ante la obra de este compositor joven y se dispuso a disfrutar de la "Pastoral de Alhué" (1937), la más famosa de las obras del serenense Jorge Urrutia Blondel (1905-1981). Se trata de un explícito homenaje a Ravel, pero con evocaciones locales campestres, encargadas sobre todo a una flauta, un clarinete y una guitarra que rasguea. La Sinfónica sonó a la altura de la solidez de la escritura de Urrutia en este clásico nacional.
Para el final, "Aves exóticas" (1956), de Olivier Messiaen (1908-1992), que usa, como en muchas obras del genio francés, la transcripción del canto de pájaros para hacer una música tan bonita como estimulante. Aquí la orquesta (vientos y percusión), conducida con seguridad por Del Pino, alterna con largos pasajes de piano, en los que Luis Alberto Latorrre se lució como el magnífico e inspirado intérprete que es.

Su estreno será el 15 de mayo: