Alejandro Lavandero, flautista del Ensamble XXI:

"Un acto efímero no constituye en ningún caso un problema para el aspecto creativo"

Ensamble XXI llega a la Sala Zegers con formación reconfigurada

Formado en 1995 como un espacio para la manifestación de las diversas expresiones de los instrumentos de viento, desde un inicio el Ensamble XXI se definió como "una agrupación de geometría variable", aclara Alejandro Lavandero, flautista, Director General del Centro Nacional de la Música y uno de los fundadores de la agrupación. Es por ello que frente a la emergencia de continuar con las presentaciones pactadas sin uno de sus integrantes, afectado por la influenza humana, decidieron montar una experiencia sonora sostenida por tres instrumentistas: Alejandro Lavanderos en flauta, Jorge Espinoza en fagot y Daniel Navarrete en Contrabajo.

"Partimos como sexteto y luego con la formación de quinteto que nos ha caracterizado", explica Lavanderos, "y a partir de entonces comenzamos a trabajar con repertorio del siglo XX y a la vez a realizar una suerte de meta-obra. Tomamos extractos de una serie de obras representativas de instrumentos de viento de diferentes tendencias, para poder representar una panorámica general de este tipo de creaciones, y al mismo tiempo cada uno de nosotros trabajó sus obras en función de la formación variable del ensamble".

Así le fueron dando forma a un concepto unitario a sus programas, los que conducidos por bajo una línea argumental o "clima" unieron extractos de obras contemporáneas con creaciones propias y espacios de improvisación. "Por eso el nombre de 'Convergencias: entre escrituras e improvisación'", declara Lavanderos y agrega: "Indagar en las técnicas de improvisación, su ornamentación y su relación con la escritura es una motivación fundamental en este programa".

¿Cómo generan esa relación entre escritura e improvisación que dejan de manifiesto en este programa?

De partida construimos nuestros programas en base a lluvia de ideas, en las que cada uno aporta desde su perspectiva y dice 'creo que estas obras tienen tal o cual clima', y a partir de eso desarrollamos la improvisación, la que utilizamos para reiterar o para quebrar el clima que generan las obras.

Un programa es una propuesta, pero muchas veces las obras no tienen una relación entre sí, más que criterios técnicos. Nosotros integramos las obras a un concepto, a un clima, y aprovechamos los silencios que se producen entre cada una de ellas para generar puentes a través de la improvisación. Existen pausas que afectan la percepción del público, que lo sacan del ritual, y nosotros buscamos revertir eso para que el público se introduzca de lleno en el ritual de la música.

Incluso buscamos generar un clima especial jugando con la iluminación, porque el público entra con todo: con ojos, manos, pies, oídos, y eso también es parte de la percepción del auditor. La especialidad de la sala, el sonido también son importantes y marcan diferencias, por eso no llamamos concierto a nuestras presentaciones, sino que espectáculo sonoro.

¿De qué manera construyen sus improvisaciones?

Ya existe un cierto trabajo con la gente del ensamble, por lo que tú ya sabes cómo responder a los diálogos que se crean. Me explico; si de repente planteas una serie de notas sin ningún sentido de reconocimiento tradicional, las puedes seguir desarrollando en función a bases creativas como la imitación o el contraste, y que los otros músicos también saben como interpretar. Es necesario estar muy atento a lo que sucede con los otros músicos, estar muy compenetrado con lo que está sucediendo.

Eso se logra con mucho tiempo y práctica. Por otra parte, como ocurre también con los compositores, todo intérprete tiene un estilo, sino no sería identificable. Como intérprete usas ciertos giros, recursos y clichés que tus compañeros pueden ir reconociendo. Uno apela a lo que trae como intérprete, al cotidiano sonoro, y lo dispones en tiempo real, sorprendiendo al otro. Pueden salir elementos del jazz, de la música tradicional folclórica, de la docta contemporánea, y el resultado de los diálogo que se producen sobre el escenario depende mucho de con quien lo haces y del grado de preparación de los intérpretes.

¿Qué sucede luego con las improvisaciones?

Personalmente no le doy importancia a esa parte. En muchos está la idea de dejar el registro, pero para mi eso no tiene sentido porque es como dejar una partitura, es tratar de rescatar un momento efímero. No se puede repetir una improvisación, pero puedes tratar de rescatar un clima determinado. Hay un retorno a algo, pero las notas y el ritmo que usas son completamente distintos. No me interesa que quede registrado. Un acto efímero no constituye en ningún caso un problema para el aspecto creativo. Estamos muy entregados a la tradición occidental de la permanencia, que se constituye en la partitura, y lo que buscamos es apelar a otro molde de pensamiento.

Obras abiertas

Alejandro Lavanderos cuenta que para esta ocasión escogieron un repertorio con obras para instrumento y electrónica, y otras con intervención de instrumentos tradicionales pregrabados, cuyos autores son Yoshihisa Taïra, Rodrigo Sigal, José Baudrand, Francisco Mignone, Rodrigo Sigal y Carlos Zamora. Estas conforman la base del programa y entre ellas se van alternando las improvisaciones que generan un concepto unitario.

Lavanderos agrega que para ellos no existen obras cerradas, por lo que en el transcurso de su interpretación las improvisaciones se superponen al inicio y final de las obras. "Es un error de comprensión el pensar que la obra es la creación pura y el intérprete el ejecutante, como una máquina que repite la orden dada. El mundo de la sonoridad es muy distinto al mundo del papel, por lo mismo el intérprete debe posicionarse nuevamente como una figura sobre el escenario" concluye.

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