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Curso Anatomía para Artes desde 1978

Anatomía para Artes desde 1978

"Uno cree que las cosas son siempre devenidas de grandes temas o de grandes instancias. Puntual y circunstancialmente, una de las alumnas de dibujo que yo tenía en ese tiempo (1978) pololeaba con un alumno de medicina que tenía una relación de mucho afecto con el profesor Rodríguez y se dio la posibilidad de que algunos estudiantes fuesen a ver esto y comenzó a modelarse en un formato mucho más formal", recuerda el académico del Departamento de Artes Visuales que se hizo cargo, durante 12 años consecutivos, de la realización del curso Anatomía para Artes.

En aquellos años, el electivo se desarrollaba en la división Ciencias Médicas Occidente de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, la que se ubicaba en Quinta Normal. Allí, los estudiantes de Licenciatura en Artes Plásticas asistían a clases dictadas por médicos y cuyo principal encargado era el doctor Alberto Rodríguez, quien en ese entonces era el Presidente de la Sociedad Chilena de Anatomía.

Los cursos se dividían en tres áreas: un teórica, en que a través de diapositivas se conocían las diferentes partes del cuerpo ("una clase sobre cabeza podía durar fácilmente tres jornadas", señala Jaime León); una práctica, en que los estudiantes eran llevados a pabellones para que vieran con sus propios ojos aquello que ya había sido estudiado; y un taller, en que debían manifestar artísticamente lo aprendido.

"Conste que se llamaba Curso de Anatomía de Superficie. Se hacía mucho énfasis en todo aquello que es visible, no necesariamente a aquello que está escondido. Por tanto, esa visualidad de la periferia, de todo aquello que hace relieve, nos servía a nosotros porque trabajamos con modelos también en ese mismo código. Eso no quita que al interior del curso nosotros viésemos cadáveres, musculatura porque también nos adentrábamos en aquello que no es visible en un ser vivo puesto al desnudo", explica Jaime León.

Luego de que este curso se desarrollara durante doce años ininterrumpidos, el médico anatomista, Alberto Rodríguez, salió de la Universidad de Chile, razón por la que Jaime León optó por finalizar su etapa a cargo de la realización del electivo. Sin embargo, al interior del Departamento de Artes Visuales la idea de volver a contar con una asignatura de esta naturaleza rondó entre sus autoridades e incluso, el profesor Jaime León fue contactado nuevamente para hacerse cargo de Anatomía para Artes, oferta que rechazó porque "no tuve voluntad para hacerlo, nada más. No es que lo haya desdeñado desde el punto valórico, sólo que yo no tenía ganas de continuarlo sabiendo lo hermoso que es", sentencia Jaime León.

Pese a su negativa, el curso Anatomía para Artes continuó a cargo de Alejandra Wolf, pero por esas cosas del destino duró sólo un año. Sin embargo, Catalina Donoso, académica del Departamento de Artes Visuales y quien en su época de estudiante asistiera a los talleres dirigidos por Jaime Léon y Alberto Rodríguez, decidió intentar reabrir este curso. "Me parecía que era una instancia fascinante y que era un lujo que teníamos y que no tenía nadie más. Además, yo fui a ese curso cuando era estudiante, a Medicina Occidente", recuerda Catalina Donoso, agregando que "si bien habían algunas dificultades, fue gracias a la gestión que hizo Patricia del Canto directamente con Las Heras, decano en ese entonces, lo que permitió que el curso se reiniciara".

De ello ya han pasado tres años, y el curso continúa manteniendo la misma demanda que tuvo en sus inicios. Los 25 cupos que ofrece este electivo son ocupados por los estudiantes del Departamento de Artes Visuales, quienes ahora se trasladan hasta Independencia para asistir a las clases que, nuevamente, son dirigidas por el médico anatomista Alberto Rodríguez.

Como cuenta Catalina Donoso, Alberto Rodríguez recibió con mucho entusiasmo la noticia de que este curso volvería a realizarse. "Él está feliz. Tiene como una necesidad de estar en contacto con los estudiantes y esta oportunidad le gustó mucho. Además, el curso ha tenido pocas variaciones porque el profesor Rodríguez sabe perfectamente cómo hacerlo", explica, agregando que "para mí sería ideal también que aprendieran otras técnicas como las de conservación que me parecieron fascinantes. Son varias técnicas distintas en que conservan órganos y creo que sería muy útil para ciertos trabajos que se pudieran hacer acá".

Jaime León recuerda sus primeras impresiones al interior de este curso. "Uno siempre tiende –como hombre viendo una mujer bonita- a hacer una suerte de raciocinio apolíneo, y cuando descubres lo que hay debajo de la piel, la maquinaria que hay, es como cuando destapas el motor de un vehículo. Con eso, se profundiza mucho más la pregunta si la expresividad es sólo el buen funcionamiento mecánico o hay algo más porque es milagroso. Tiene mucho que ver con la cosa artística. De pronto uno se queda con una emocionalidad estética y pierde de vista que lo que está visualizando es materia concreta: huella de pincel, textura de óleo, soporte de tela".

Profesor, ¿por qué cree que el curso se mantiene en el tiempo?

Uno de los primeros conceptos con los cuales yo invitaba a los alumnos a este curso era que el conocimiento de la visualidad y del lenguaje anatómico no soluciona el problema del dibujo. El hecho de que tú conozcas algo, cómo funciona y cómo se llama, no te va a solucionar su resolución plástica sino que más bien el curso está encaminado a una cosa de conocimiento general, de cultura porque el problema del dibujo se resuelve de otra manera, no con el conocimiento. En ese sentido, el curso es pertinente.

¿Cuál sería entonces el principal aporte?

Por el lado del conocimiento, cuestionarse más profundamente lo que somos. Recuerdo que uno de los profesores que integraban ese claustro académico, siempre decía que si todas las personas tuviesen la posibilidad de acceder y visualizarnos así, no nos quedaría otra cosa que hacernos más sensibles y afectivos puesto que estaríamos visualizando una cosa que nos ha sido dada y que, frente a esa complejidad y profundo misterio y milagro, uno no podría agredir a otro, por ejemplo. Es que es mágico, son momentos en que uno rompe el cotidiano y lo obvio. Estamos tan acostumbrados a nosotros mismos, que olvidamos la maravilla que somos, que olvidamos lo excepcional que somos. Estamos demasiado entregados a nuestro logo, a nuestra entelequia y tener esta experiencia de una visualidad de este tipo te conmueve. Imagínate lo que es estar en el ejercicio de contemplación de nuestro propio cuerpo y no en términos dramáticos sino en términos de visualidad, de cómo funciona, cómo se comporta. Ahí hay una ecuación maravillosa entre épica y estética. El cuerpo es así porque funciona y funciona porque es así. Te llena de preguntas y en ese sentido el curso tiene el éxito que tiene.

¿Y el resultado de los talleres?

Bueno, pero yo me daba cuenta de que, de alguna manera, le quebrábamos los esquemas. Ellos esperaban una cosa más cercana a lo que sería un libro de anatomía y yo facultaba a los alumnos a que precisamente no hicieran eso, no en términos de irme en contra sino que para mantener nuestra propia identidad y lenguaje. En ese sentido, les costaba un poco entenderlo y ahí venía mi parte, que era explicativa de cuál era el lenguaje plástico: así como nosotros accedíamos al lenguaje anatómico, con la misma disponibilidad ellos tenían que acceder al lenguaje plástico. Yo di una charla al interior de un Congreso Panamericano de Anatomía que se realizó en la Universidad de la Frontera, en que ejemplificaba cómo los cuadros más famosos de la historia del arte donde está involucrado el cuerpo humano son anatómicamente anómalos. Y no es que tengan patologías, pero están en instancias que el cuerpo humano no lo permite. Entonces es bonito eso porque también uno se da cuenta de que para que un lenguaje sea expresivo tiene que demarcarse del otro lenguaje donde está soportado. Para no quedar en un relato anatómico de una veracidad mimética con el original, tiene que desmarcarse.

¿Aprender las reglas para romperlas?

Correcto. Pero aquí también uno se da cuenta que de pronto estas obras no necesariamente han roto la regla por desmarcase concientemente. La han roto porque, como seres humanos, no tenemos toda la agudeza o la conciencia racional de estar actuando quirúrgicamente. No se está con el cuidado de no equivocarse, pero la equivocación con un muy buen lenguaje es obviamente una potencia expresiva. Un caso concreto, El David de Miguel �?ngel. Se supone que es David, rey de los judíos, y sin embargo tiene un pene que no está circuncidado y no creo que Miguel �?ngel lo haya hecho a propósito. En ese sentido, el curso abre esas posibilidades porque en conocimiento de ese lenguaje anatómico normal puedes acusar inmediatamente cuando estás frente a una representación que rompe esa normalidad. Por ejemplo, La Mona Lisa, que también tiene una serie de vericuetos donde uno dice que el gran espectro de lecturas es porque es equívoca, y como es equívoca no tiene una lectura única y como no tiene una lectura única está llena de posibilidades y por eso nunca termina de concretarse qué es lo que es porque en realidad no es. Es una obra que se puede lograr sólo gracias al lenguaje. Eso es lo bonito del curso, cuando uno comprueba ese tipo de constataciones. En ese sentido el curso es maravilloso.

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