A propósito de su última exposición en el MAC:

Un viaje de ida y vuelta de la mano de Roser Bru

Un viaje de ida y vuelta de la mano de Roser Bru

Sobre la vida y obra de Roser Bru se ha escrito mucho. Sus cuadros han sido analizados en reiteradas ocasiones y la historia de esta catalana que llegó, a bordo del Winnipeg, el 1 de septiembre de 1939 al puerto de Valparaíso, escapando junto a su familia de la guerra civil española, es sabida por varios.

Pero Roser Bru es especial. Con más de ochenta años y un acento español del cual no ha podido ni querido desprenderse, esta mujer está más viva que nunca. Transcurre más de media hora de la entrevista y la artista reconoce, después de haber hablado largamente de su infancia, que por primera vez, y hace poco tiempo, se había preguntado sobre su muerte, ahora fuera de sus cuadros.

Habíamos entrado al elevador del MAC Parque Forestal para descender del tercer al primer piso y así salir rumbo a un café aledaño, cuando en un acto un tanto automático, Bru presionó el botón del piso dos, el mismo que la artista ocupa en su totalidad con su exposición "Trabajos de ida y vuelta", muestra que surgió de una invitación "del Brugnoli", como ella se refiere al director del MAC, Francisco Brugnoli, quien en febrero pasado le propuso a la artista "tomarse todo el segundo piso" de ese lugar y así celebrar los 60 años del museo.

Al llegar al segundo piso, Bru argumentó con un tono de complicidad obsesiva y poniendo cara de niña tímida: "es que vi a unos muchachos cuando venía entrando", dejando al descubierto su fascinación por acompañar a quien ingrese a ver su exposición, los que, en su mayoría y según ella, son gente joven. "Varios pintores que conozco han venido a ver mi exposición y pasan volando, sin que les importe tanto. A los que más les importa esta muestra ha sido a la gente joven".

De esa forma, apresurada, impaciente y como si se tratara de un amigo que ha estado largo tiempo esperando por ella,  Bru pasó sigilosa por detrás de aquella pareja de muchachos teenagers que visitaban una de las seis salas donde expone esta sobreviviente de guerras y dictaduras, y sin querer interrumpirlos en la contemplación de sus cuadros, les dijo con un tono afectuoso: "yo soy la artista por si me quieren hacer alguna pregunta".

Aferrada a los brazos de los visitantes, como si se anclara a éstos y como gesto de complicidad, Bru les explicó ante sus tímidas preguntas, el porqué Velásquez, Goya, Kafka, Frida Kahlo, la sandía, el exilio, la guerra, la muerte y los detenidos desaparecidos, eran personajes y temas recurrentes en su obra.

Avanzábamos por Calle Mosqueto y el museo quedaba atrás, perdiéndose entre los árboles y edificios del Parque Forestal. Al pasar por una panadería aledaña,  Bru se detuvo bruscamente frente a ella, la apuntó y dijo: "aquí hacen la mejor marraqueta del barrio y fue en este lugar donde compré los doce panes que utilizo en mi instalación y que están junto a las fotos de los detenidos desaparecidos".

Restándole importancia y sin dejar de sonreír, agregó: "hace poco tuve que volver por una marraqueta, porque alguien se robó una de la obra". Al consultarle si ella creía que ese robo se podría interpretar como una reacción del espectador ante el mensaje de su trabajo, o como un anhelo del visitante por llevarse un pedazo de la obra de la artista, ella respondió con un tono ingenuo, como si no hubiese entendido la pregunta: "¿pero para qué, si la marraqueta estaba dura?"

Dejando claro que por ningún motivo ella toma café con leche si no es al desayuno, Bru ordenó un croissant y un jugo de frutas. En medio de la conversación y sin ella haber probado bocado de lo que había pedido, un fotógrafo entró con su equipo profesional para retratar el lugar. Inmediatamente la mirada de la artista se despegó de la grabadora, la que al parecer la había mantenido incómoda hasta ese minuto, al mismo tiempo que, con una actitud coqueta y sin perder el hilo de la conversación, le empezó a posar al desconocido fotógrafo, quien le devolvió la mirada apuntándola con su lente en reiteradas ocasiones y desde la distancia.

Al realizar una forzada pausa para que la artista pudiese tomar un sorbo de lo que había ordenado, ella dijo, casi atragantándose: "pero puedes seguir haciéndome preguntas". Tras esa pausa y al reanudar la entrevista, Bru miró el lugar como si recién se hubiese dado cuenta dónde estaba. Fijó la mirada hacia un rincón donde habían libros para la venta y dijo: "yo he invitado al Warnken para que vaya a ver mi exposición, pero no ha ido, quizás porque como sabe mucho de literatura no se atreve a ir a ver mi trabajo". Volvió la mirada a la grabadora y me ofreció una punta de su croissant.

 "El otro día se me ocurrió algo que nunca había pensado, me pregunté dónde iba a morir y dije, pues en Chile, porque es aquí donde han muerto mis padres. Quizás esta pregunta se me vino a la mente por la frase de Arturo Soria quien decía: `chicas, estoy en la pre muerte´", explica Bru, quien se define como una persona con dos vidas y no con dos corazones, en relación a que ha vivido entre España y Chile.

"Mientras se me ocurran cosas estoy viva", afirma esta hija de maestro, mientras se pasea ida y vuelta y en una hora de entrevista, por su vida y obra. Cataluña, Santiago y nuevamente Cataluña era el recorrido de esta artista, a quien recibieron en el puerto de Valparaíso con una inyección por si ella, o cualquiera de los dos mil inmigrantes, portaban alguna enfermedad. Sin duda que ella sí portaba una, la que no podía ser aniquilada con una inyección, y que era el talento que la convertiría, unos años más tarde, en la gran artista que es hoy y que, con una lucidez impresionante, concluye: "vivir es cierto, morir también".

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