La fuerza de los medios de comunicación oficiales suele ser tan estruendosa o bulliciosa que eclipsa los susurros y los silencios que realmente construyen nuestra cotidianidad. Cosa similar sucede con la memoria, más todavía cuando se trata de conmemorar los casi 50 años del Golpe cívico militar del 11 de septiembre. En efecto, la memoria obstinada (parafraseando la película de Patricio Guzmán) de la violencia que ejerció el Estado contra una parte de la población chilena no solo ha marcado para siempre a los sobrevivientes, también a sus familiares y cercanos. Durante estos 48 años no ha sido la parafernalia televisiva, el bullicio de los medios ni el establishment cultural el que ha sostenido la consigna del no olvido, por el contrario, han sido las acciones, los gestos, a veces diminutos lo que realmente han construido esta obstinación.
Este es el caso de la extraordinaria obra El cuerpo de la memoria de Janet Toro una serie de 90 performance e instalaciones que la artista realizó en 54 días de forma diaria y obsesiva en el marco del II Bienal de Arte joven en el Ala sur del MNBA en enero y febrero de 1999.
Bajo el supuesto que el cuerpo es portador y transmisor de memorias, la obra toma como asunto 72 tipos de tortura practicadas sistemáticamente durante el periodo dictatorial aludiéndolas de maneras sutiles y al mismo tiempo impactantes, trabajando el cuerpo intervenido con tres materialidades: harina, alambres y tiza. A este conjunto agrega un lienzo que cita una acción emblemática La sangre, el río, el cuerpo que realizara Janet Toro en la rivera del Río Mapocho a la altura de Pío Nono en 1990. Este lienzo, suerte de memoria objetual, va ir siendo rasgado durante estos 90 días, manchado y llevado a lo largo de Santiago en extensas caminatas que emprende la artista hacia algunos centros de detención y tortura en Santiago donde también realiza una acción, Al final el lienzo permanecerá la última acción como una instalación que desea jugar, en palabras de ellas, con la imagen del “sudario negado de la historia política chilena”.
Esta obra no solo extraordinaria por su envergadura lo fue también por el minimalismo gestual y objetual que hasta hoy es a mi modo de ver una de las acciones más potentes sobre la memoria de la violencia en Chile.
Por Mauricio Barría, dramaturgo y director de la Escuela de Posgrado de la Facultad de Artes U. de Chile.