Michael Lazzara:

"Las violaciones a los derechos humanos son imperdonables"

"Las violaciones a los derechos humanos son imperdonables"

Desde el 17 de agosto hasta el 15 de septiembre estuvo en Chile Michael Lazzara, profesor de la Universidad de California, Davis. Su visita se enmarcó en el programa "Revolución, Dictadura y Democracia. Chile 1970-2013", el cual está administrado por dicha casa de estudios a través de su oficina de Summer Programs Abroad. En el curso participaron 14 estudiantes de distintos recintos de la Universidad de California, y su objetivo fue que aprendieran de la realidad chilena y su contexto histórico, político y social desde el gobierno de Salvador Allende hasta nuestros días.

Durante un mes, los estudiantes tomaron clases interdisciplinarias en el Departamento de Teoría de las Artes, las que incluyeron literatura, ciencia política, artes y economía, para explicar cómo se ha construido la memoria en Chile, en relación con el pasado reciente. Además, "tenemos un enfoque particular en derechos humanos, siempre desde una óptica muy interdisciplinaria. Entonces, este es un momento muy propicio para venir porque se conmemoran los 40 años del golpe de Estado. Por eso mismo organizamos el curso en estas fechas".

Luego de las exitosas experiencias anteriores, desde el 2012 se estableció un convenio entre ambas universidades, específicamente con la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, lo que ha permitido generar mejoras en la realización del curso. "Veo que el programa va madurando mucho porque no sólo tenemos un contacto súper positivo con la Universidad de Chile, sino que también los estudiantes están con familias viviendo en diferentes partes de la ciudad. Entonces sus vidas y las conversaciones que tienen son una forma de hacer seguimiento con la parte académica que estamos viendo en las clases", expresó el profesor.  

Lazzara, quien estudió ciencias políticas y literatura en la Pontificia Universidad Católica de Chile, y luego se doctoró en esa última área en la Universidad de Princeton, lleva 20 años investigando sobre Chile y viajando seguidamente. En esta oportunidad, conversó con nosotros acerca del curso y sobre la memoria a 40 años del golpe cívico-militar en Chile.  

¿Los estudiantes que participan en este programa vienen con un interés especial en la realidad chilena?

 -Algunos de ellos diría que sí, vienen con intenciones académicas bien claras. Ya han estudiado política latinoamericana o historia latinoamericana, a veces concretamente algo de Chile, y vienen porque quieren profundizar o porque tienen intenciones de hacer una tesis de honor cuando vuelvan a Estado Unidos. Hay otros que están buscando una oportunidad para viajar y conocer América Latina. Mi profundo deseo es que descubran en el curso algo que quizás no anticipaban, que les abra la vista, que les haga reflexionar no sólo acerca de la realidad chilena o latinoamericana, sino acerca de su propia realidad, lo que se vive en Estados Unidos y las conexiones históricas muy claras que ha habido entre nuestros países.

Hoy, a propósito de la conmemoración de los 40 años del golpe, ¿cómo es la dinámica de las clases, cómo trabajan este tema?

-Trabajamos con una combinación de fuentes muy interdisciplinarias. Tenemos lecturas, textos bien conocidos como los de Arturo Valenzuela, Steve Stern, o Nelly Richard, desde el lado de la política, la historia y los estudios culturales, entre otros. Tenemos también una serie de conferencias con expertos en temas de historia, política y derechos humanos. Este año es muy particular porque como hay varios seminarios que están tratando estos temas, podemos aprovechar la presencia de académicos internacionales y también de Chile. El otro aspecto que es interesante es que este curso va mucho más allá de las salas de clases. La ciudad se convierte en material de estudio porque uno de los subtemas que tratamos es la conmemoración pública que se ha hecho de la dictadura y la violación de los derechos humanos. Los llevamos al Parque por la Paz, Villa Grimaldi; Londres 38 y El Museo de la Memoria y los DD.HH. También visitaron Paine, donde hay un memorial que recuerda el asesinato durante dictadura de muchos campesinos en ese sector. Tuvieron la oportunidad de conversar y aprender de sobrevivientes de la tortura o con familiares de las victimas. También realizaron análisis económicos, sociológicos y políticos de los fenómenos. La idea es tratar de llegar a un nivel de profundización que va más allá de un mero recorrido "turístico" de la historia. Quiero que mis alumnos indaguen en la historia chilena y que piensen en sus propias conexiones subjetivas e históricas con lo que experimentan. Mi intención es presentarles una variedad de perspectivas y tendencias políticas en el curso para que formen un cuadro lo más amplio posible.

¿Consideras que Chile tiene memoria de lo que sucedió hace 40 años?

-Hay una cierta aproximación al pasado reciente en la esfera pública. Hay una explosión de la memoria en los medios en estos días. Es verdaderamente impresionante los espacios que se han abierto para la memoria en estos 40 años, que son marcadamente diferentes de los 20 años o los 30. No cabe duda que los movimientos sociales de los últimos años, particularmente el movimiento estudiantil del año 2011, han abierto espacios para que la demandas ciudadanas y los recuerdos (de todo tipo) encuentren nuevas resonancias. Todos los gobiernos de la Concertación tuvieron sus políticas de la memoria (a veces muy limitadas), pero de a poco, a lo largo de la transición, se ha ido avanzando en ese sentido, siempre con mucha presión desde abajo, desde los familiares y los movimientos de derechos humanos. Ellos han dado una lucha sumamente valiente. Sin embargo, sigue habiendo muchos pinochetistas tras puertas cerradas y, evidentemente, no es políticamente correcto que aireen sus perspectivas en el espacio público, sobre todo porque el dictador hace rato cayó en desgracia y el modelo económico que dejó está en entredicho. Seguimos atestiguando la batalla por la memoria en los polémicos pronunciamientos de Evelyn Matthei, quien no quiere revisitar su pasado de pinochetista, aunque una constelación de sucesos la está obligando a referirse a un pasado que la incomoda a ella y a su candidatura presidencial. Vemos también cómo el discurso de la reconciliación y el famoso "dar vuelta la página" encuentra sus límites en la "verdad" tergiversada de Cheyre. Siguen coexistiendo una serie de relatos encontrados que no encuentran un equilibrio. En fin, a estos 40 años, estamos viviendo un momento de florecimiento de los recuerdos que ojalá abra nuevas avenidas de reflexión y una nuevo capítulo en esta larga saga de la memoria insatisfecha.

¿Cómo ves la evolución de la producción cultural que llama a la memoria en Chile?

-Yo creo que hay tiempos de la memoria, temporalidades; hay momentos de apertura que hacen posible avanzar un poco más en ese sentido, hay también momentos de retroceso. Para los que estudiamos los procesos de la memoria en Chile, un hito importante es la detención de Pinochet en Londres, en 1998, porque a partir de esa fecha hay una presencia pública más fuerte del tema y eso posibilita al mismo tiempo la presencia en escena de mucha más producción cultural, más novelas, más testimonios, más cine, y creo que con el tiempo ha ido aumentando cada vez más la cantidad. De repente estalla una nueva voz, como el caso del año pasado cuando Javier Rebolledo publicó su libro la Danza de los cuervos sobre la figura del Jorgelino Vergara, el "mocito" de la DINA.

¿Qué tema estás investigando hoy?

-Justamente estoy trabajando este tema ahora, porque es interesante ver como una misma figura (El Mocito) tiene distintas representaciones. Si comparamos la puesta en escena de este sujeto en tres momentos claves, como su aparición en el libro de Rebolledo, la película El mocito y la entrevista que le realiza Tomás Mosciatti, podemos darnos cuenta que las representaciones son muy distintas: la película hace una especie de retrato psicológico del "mocito" que realmente es una visión bastante generosa de él, no lo enmarca tanto como un criminal o como una persona que fue enteramente mala. El libro de Rebolledo es más periodístico, y en ese sentido está más interesado en los hechos del caso. El autor del libro había trabajado en el equipo de la película y siente una especie de deuda con el sujeto, tiene que llenar los vacíos que la película no llena. Es un libro muy matizado. En ese sentido, siempre estamos con la duda si el "mocito" es víctima o victimario y Rebolledo no toma una postura clara, sino que intencionalmente deja al lector esa tarea.

 ¿Y qué sucede en la entrevista de Tomás Mosciatti?

 -En la entrevista de Tomás Mosciatti me parece que el "mocito" maneja a su entrevistador. El horror es lo que prima, lo cual gatilla un peligroso voyeurismo en el espectador. El horror sí aparece en el libro de Rebolledo, pero él lo trata con intención y propósito. En contraste, Mosciatti pone en escena la tortura, me parece, simplemente para ganar rating. No logra profundizar en los casos y hasta  abusa del sujeto mismo al dejarlo expuesto en su condición de pobre; lo enmarca en un relato cuestionablemente determinista de sus comportamientos. Ser pobre no quiere decir necesariamente que tiene que ser verdugo. Jorgelino Vergara, el Mocito, es un sujeto astuto; va a la televisión y no varía en su discurso. Yo me preguntaba después de mirar la entrevista, hasta qué punto es abusivo poner en escena a ese sujeto de esa manera. ¿Hasta qué punto no logra Mosciatti intervenirle la voz a un sujeto que probablemente fue paramilitar que allanaba poblaciones en los 80 como agente de la CNI? El análisis de estos tres casos de representación tiene además otro ángulo, abordar de alguna manera la participación de los civiles en la dictadura, en la represión. Si uno escucha lo que sale en los medios hoy en día, ve que esto es una de las grandes deudas pendientes en temáticas de la memoria en Chile. Todo el mundo pide perdón, pero sin sentido, porque las violaciones a los derechos humanos son imperdonables y no pueden ser mitigadas con una fallida y pactada reconciliación política.

 ¿Qué te parece que hoy varios políticos estén llamando al perdón?

-Ese tema es muy complejo. Es curioso ver que 23 años después del comienzo de la transición está presente en la esfera pública el mismo discurso de la reconciliación que hablaba Patricio Aylwin. Eso no ha variado en nada porque siempre ha habido un deseo político de que las atrocidades del pasado desaparezcan en pro de una reconciliación dictada desde arriba. Pero el dañado tejido social grita una y otra vez que esto no es posible, que no hay futuro sin memoria, sin verdad, sin justicia real. Ha habido muchos avances en estos años, no se puede negar, pero creo que desde el lado de las víctimas de la dictadura está siempre la sensación de que hay mucho más que se puede hacer, pero no hay voluntad política y no hay condiciones reales para un diálogo de esto en Chile. Los diálogos entre intereses en conflicto suelen ser puestas en escena mediáticas que no rinden mucho fruto.

-La memoria no es sólo rendir cuentas con el pasado, sino reconocer que el legado de la dictadura está muy vivo, en la Constitución del 80, en el sistema educativo, en el sistema de salud, en el binominal, etcétera. Pueden llevar a dos personas a la televisión (como, por ejemplo, Cheyre y Lejderman), pero ellos no logran dialogar entre sí. Pueden dialogar con el periodista que está ahí, pero no entre sí. El poder fáctico siempre intenta quedarse con la última palabra. Por tanto, hay cosas que tienen que suceder, hay deudas que tienen que pagarse, y eso no necesariamente pasa por pedir perdón. Más bien tiene que ver con gestos concretos, con políticas concretas, con apoyo estatal que se basa en una ética y en las demandas legítimas de los ciudadanos. Tiene que ver, de una vez por todas, con decir la verdad y alcanzar algún grado más de justicia. Hay que romper con la cultura de la mentira en Chile. 

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