Con una destacada trayectoria artística y académica, el crítico de arte español Marcelo Expósito visitó la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, donde impartió el seminario titulado “Huellas genealógicas y artefactos monstruosos en los pasajes entre arte y activismo”, en el programa de Doctorado en Filosofía con mención en Estética y Teoría del Arte. En esta instancia las y los estudiantes dialogaron en torno a ciertos fenómenos sociales, transformaciones políticas y nuevos paradigmas estéticos a los que se enfrenta el arte en la actualidad.
En esta entrevista, el artista explicó sus reflexiones en torno al debate político actual, su estrecha relación con Chile, sus expectativas en torno a este encuentro académico y cómo ve el cambio de los discursos en el arte a lo largo de distintas épocas que han marcado la historia social contemporánea.
“Me siento muy honrado y es muy especial para mí poder compartir este espacio de docencia en el Doctorado, y también el Diploma de la misma Facultad de Artes, con figuras académicas como Pablo Oyazun, Paz López o Federico Galende. Son personas que cuentan con una destacada trayectoria docente, crítica e intelectual por la que siento mucho respeto. Tengo una relación bastante estrecha, de mucho cariño y admiración con Chile, por motivos personales, pero también por intereses intelectuales y artísticos derivados de la historia propia este país, como es por ejemplo el trabajo de personas como Nelly Richard o Diamela Eltit y el entorno intelectual que se generó en torno a la Revista de Crítica Cultural”, afirmó el teórico.
¿En qué consistió el seminario "Huellas genealógicas y artefactos monstruosos en los pasajes entre arte y activismo"? ¿Cuáles fueron sus principales objetivos?
Llevo varias décadas enseñando en torno a las relaciones entre vanguardias artísticas y movimientos sociales, un tipo de investigación crítica y pedagógica que pude desarrollar desahogadamente sobre todo al calor de los años en que trabajé para el Programa de Estudios Independientes (PEI) del Museu d’Art Contemporani de Barcelona (MACBA), que fundamos en 2006, y también a través de cursos he tenido el placer de impartir, muchas veces colaborativamente, en instituciones académicas o de enseñanza no formal de otros países como Argentina, México o Colombia. Sobre todo, me interesan esas relaciones acotadas en tres períodos: las vanguardias históricas europeas, durante las décadas de 1910 y 1920; en el ciclo insurreccional de las décadas de 1960 y 1970; y el surgimiento de las prácticas de activismo artístico contra el neoliberalismo sobre todo desde los años 90’ en adelante. Este seminario en Chile, pero también la obra que hemos realizado en el CNAC de Cerrillos, es una síntesis actualizada de todas esas investigaciones y enseñanzas, teniendo en cuenta las situación presente y las características que adopta la crisis sistémica global particularmente en América Latina y en Chile.
¿Cómo ves el escenario político artístico actual, respecto de las investigaciones que has trabajado en torno a las vanguardias?
Muchas de las cuestiones que yo trato, no son precisamente desconocidas en Chile. Los debates estético políticos que se plantearon en las décadas de 1920 y 1930, por ejemplo, es un asunto que se ha trabajado en este país y más en el ámbito docente específico de la Facultad de Artes. No he pretendido estar revelando nada a nadie, sino que mi intención ha sido más bien dialogar con ese y otros aspectos que aquí ya se conocen y que afortunadamente, forman parte casi de un cierto canon crítico local. Una de las particularidades de mi aporte a este diálogo consistió en preguntarnos cómo actualizar esos debates históricos pasando a través de las prácticas de arte activista de las décadas de 1990 y 2000, es decir, el momento en que el neoliberalismo empieza a entrar en crisis colapsando por él mismo y confrontado enérgicamente por sus críticos.
¿Por qué me parece interesante proponer este enfoque en Chile? Porque estamos en un país que ha constituido durante cien años, tanto un laboratorio de implantación del neoliberalismo como también de las insurgencias contra el mismo. Basta con mirar a lo que llevamos de siglo XXI: los movimientos “pingüino” de estudiantes de secundario, el movimiento estudiantil de 2011, la primavera feminista y la revuelta social, el resurgimiento de la cuestión mapuche, el fallido proceso constituyente... Entonces, a mí me parecía que podría resultar fecundo sumar esta mirada que hace una reivindicación explícitamente activista —y actualizada a través del presente— de cómo se dieron ciertos debates filosóficos y estéticos en textos históricos como los de Walter Benjamin, Ernst Bloch o Bertolt Brecht.
¿Por qué te interesa explorar académicamente ese vínculo entre la realidad social chilena y el arte?
Muchas veces se considera que Chile es un país que se ha visto tan sometido a la dureza con que el neoliberalismo se implantó, que resultaría casi imposible desmantelar esa sobredeterminación económica y política, y sobre todo revertir la manera en que el neoliberalismo ha producido también —esto es fundamental de entender— un cierto tipo de subjetivación sometida a la esclavización del endeudamiento o al encantamiento del exitismo. Eso explicaría supuestamente por qué su transición democrática estuvo marcada por condicionantes tan rigurosos o por qué fracasó el proceso constituyente dejando retrospectivamente al estallido social en una especie de limbo nostálgico, cuando no directamente silenciado por una ley de hielo. Yo no estoy de ninguna manera de acuerdo con esa caracterización pesimista de Chile. La encuentro entre derrotista y condescendiente. Siempre me ha parecido, por el contrario, que Chile tiene el vigor de una sociedad civil organizada y de movimientos sociales autónomos, contraculturales o críticos, aunque muchas veces se comporten con timidez o hablen bajito. Sí encuentro un problema de fondo en el hecho de que estas expresiones de emancipación social en movimiento funcionen por lo general desconectadas las unas de las otras, sin encadenamiento, lo que refuerza su autopercepción de marginalidad, minoridad o aislamiento. También es problemático el hecho de que, cuando las articulaciones entre esas singularidades se producen, lo hagan estallando de manera espasmódica.
Un ejemplo de ello es esta experiencia personal. Hacia el año 2008, el Centro de Residencias para Artistas Contemporáneos (CRAC) me encargó llevar a cabo una intervención artística en Valparaíso, que se confrontara con los planes que entonces había en marcha de relanzar la ciudad a través de políticas públicas y privadas acordes con las lógicas destructivas y extractivistas de la neoliberalización global.
Produjimos un vídeo que llamamos Sinfonía de la ciudad globalizada 1 Valparaíso, financiando una tirada en soporte DVD para poder difundirlo gratuitamente y así poner unas experiencias en conocimiento de otras, con la pretensión de recorrer muchos espacios diversos, para generar vínculos mediante los debates que detonaríamos con la proyección de este trabajo. Y cuando estábamos a punto de poner este último objetivo en marcha, en 2011… estalló el movimiento estudiantil chileno al calor del movimiento global de las plazas indignadas. Adaptamos los planes y el resultado fue hermoso, muy emocionante: organizamos proyecciones y discusiones en clases académicas, en tomas de espacios universitarios o secundarios, con colectivos autónomos anticapitalistas, feministas o de otros tipos. Sentíamos que la realidad había verificado la hipótesis que antes te planteaba: es falso el tópico sobre la inexistencia de un vigor social crítico en Chile; lo que se necesita muchas veces es más bien articularlo potenciando con la fuerza suficiente lo que ya discurre subterráneamente o se expresa fragmentadamente con sordina.
En ese contexto global y chileno, me parecía que podría ser provechoso hacer una declinación activista de ciertos debates estético-políticos que se tuvieron en las primeras décadas del siglo pasado acerca de las implicaciones políticas del arte y la cultura en tiempos de crisis. Entiendo que resulta importante hacerlo así para evitar que justo en este momento se conviertan en debates que se ensimismen en el campo académico o incluso peor, en ciertas formas de autoaislamiento crítico. La Universidad de Chile, la Facultad de Artes y programas docentes como los de este Doctorado, me parece que constituyen un contexto idóneo para evitar esto último. Se trataría de reconsiderar esos procesos históricos de articulación interpretando la historia política y artística del pasado a través de las urgencias del presente. Abordando abiertamente qué ha sucedido en el mundo y en Chile durante los últimos años y décadas, y desde esta posición bien plantada en la actualidad —por mucho que el día de hoy nos duela— mirar hacia atrás como el Ángel de la Historia de Walter Benjamin: caminando hacia delante. Pero no porque, como le sucedía al pobre ángel, nos empuje por la espalda el huracán del progreso destructivo, sino porque hemos tomado la decisión de seguir dando la batalla por el futuro que ya se nos echa encima. Es decir, dado que necesitamos confrontar en este mismo instante problemas vitales muy acuciantes, es desde el presente que debemos interpretar la historia política y artística del pasado: arrancando de ella, como pedía Benjamin, todo aquello que tenemos que volver a salvar de un peligro, y, al rescatarlo, empuñarlo bien fuerte, como un instrumento ofensivo. Esto es justo lo contrario de permitir que el pasado se convierta en un peso sobre el presente. Al revés, hagamos que las necesidades críticas que ahora tenemos se sirvan de todo aquello que debemos rescatar dándole siempre una declinación nueva, la que ahora se necesite.
¿Qué reflexiones atesoras luego de este encuentro en la Universidad de Chile?
Por edad, ya no soy joven. Pero no puedo soportar la relación condescendiente con la juventud. Las personas más jóvenes son quienes llevan actualmente marcadas en sus cuerpos experiencias nada despreciables como el impacto material de la crisis financiera, el bloqueo anímico y el distanciamiento físico durante la pandemia, la hiperexcitación ansiosa de las redes sociales o la violencia ultraderechista. Muchas personas jóvenes saben; ellas ya conocen. Lo que se necesita quizá en algunas ocasiones es acompañarlas en construir las situaciones adecuadas para que caigan en la cuenta o sepan darle forma de conocimiento a las cosas que implícitamente ya saben. Constituir ese tipo de situaciones significa, en un ámbito académico, que las informaciones rigurosas de carácter histórico o las aportaciones bibliográficas provechosas que un docente competente pueda traer consigo, se pongan en común con otras formas de información experta, conocimientos situados o saberes de esos que equivocadamente se consideran menores, que ya existen en el lugar donde se viene a trabajar. Y no son solamente las mentes las que dialogan, son los cuerpos en copresencia los que aprenden; por eso, hoy día, construir un espacio pedagógico de coaprendizaje significa ni más ni menos que hacer un ejercicio de reconstrucción radical de la esfera pública democrática. La esfera pública democrática se tiene que reconstruir de una manera tan extensiva como necesitamos revitalizar el conjunto de los ecosistemas del planeta, lo que también aplica para la academia y las instituciones de pensamiento crítico.
Nacido en Puertollano, España (1966), Marcelo Expósito cuenta con una amplia trayectoria internacional. Ha sido residente de la Academia de España en Roma (2022-2023) y ha presentado exposiciones individuales en instituciones como La Virreina (Barcelona), MUAC (Ciudad de México), Parque de la Memoria (Buenos Aires) y Parco Arte Vivente (Turín). Ha participado en bienales como las de Venecia, Berlín, Buenos Aires, Taipei y Cuenca (Ecuador), y su obra integra colecciones de museos como el Reina Sofía (Madrid), MACBA (Barcelona), MUAC (CDMX) y MNBA (Buenos Aires). En Chile ha publicado recientemente el libro Interrupciones y movimientos. El arte politizado en la crisis del neoliberalismo (Metales Pesados, 2024).