Artista visual y académico del Departamento de Artes Visuales:

Francisco Sanfuentes: "Cada vez hay menos distancia crítica"

Francisco Sanfuentes: "Cada vez hay menos distancia crítica"

Crisis, miedos y sociedad de control fueron los ejes temáticos del III Coloquio Nacional de Biopolítica, que se realizó en las ciudades de Santiago y Valparaíso los días 27, 29 y 30 de octubre, desarrollándose la primera de estas jornadas en las dependencias de la sede Las Encinas de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile. Y es que el Departamento de Artes Visuales (DAV) se sumó, por primera vez, a la organización de esta iniciativa, facilitando no sólo el espacio para la realización de la primera jornada de este Coloquio, sino también planteando algunas problemáticas propias de las artes visuales que eran factibles de ser abordadas en el marco de esta actividad.

"Si uno analiza la tesis que Arnold Hauser propone en La historia social de la literatura y el arte, donde el arte es una suerte de 'sensibilidad epocal matéricamente organizada en un sistema de lenguaje', toda producción artística, todo movimiento, ya sea colectivo o individual, está determinado por las condiciones de producción, económicas y sociales, de una época determinada. Por lo tanto, lo que se entiende por biopolítica -relacionado con estrategias de control a través de los cuerpos-, generalmente se asocia con procedimientos vinculados a la violencia, pero también con sistemas de seducción, manipulación y vigilancia, es decir, un cúmulo de mecanismos de control a propósito del capitalismo y de otra serie de cuestiones que obviamente afectan la producción artística, ya sea como manifestación sintomática o distancia crítica", explica Francisco Sanfuentes, Director de Extensión del DAV.

Esa realidad descrita por Sanfuentes, junto a la necesidad de reinstalar en el campo universitario de las artes visuales la discusión sobre arte y política, motivó al Departamento de Artes Visuales de la Universidad de Chile a sumarse a la organización de este Coloquio, actividad que no sólo busca configurarse como un espacio para reflexionar en torno a los "cuerpos sobre los que se ejercen múltiples formas de disciplinamiento y control, sino también, en los cuerpos que crean los dispositivos de disciplinamiento y control y, por tanto, se obligan a vivir la violencia constante que significa mantener esos dispositivos funcionando", explica al respecto Mario Sobarzo, filósofo e investigador del OPECH, otra se las instituciones que participó en la organización del III Coloquio Nacional de Biopolítca.

Y es que, como agrega Mario Sobarzo, "lo que es indudable es que el Coloquio se ha afianzado con el tiempo. Hay una cierta forma de perderle el miedo a decir 'vamos a estudiar las estrategias de los sistemas de comando del poder y los procesos de resistencia que logran romperlas'. Por supuesto que eso es más riesgoso que discutir sobre el pensamiento de algún autor y su importancia para Chile, pero si los secundarios, los deudores habitacionales, los mapuches, los inmigrantes, los jóvenes y las mujeres rompen los cánones en que quieren que nos expresemos, como quieren que vivamos y  como quieren que pensemos, aquellas y aquellos que tenemos la suerte de trabajar en la Universidad, lo mínimo que podemos hacer es correr esos riesgos".

"El artista proyecta en otro cuerpo"

Para Francisco Sanfuentes, el concepto de biopolítica se está desbordando, de allí que, para él, lo que se debería hacer en una segunda instancia "es intentar acotar el concepto en vez de abarcarlo todo, porque si se amplía demasiado el campo, la noción pierde potencia y efectividad como instrumento de lectura y análisis crítico de la realidad. Lo que pudimos ver en el Coloquio tenía relación con temas vinculados a diversos mecanismos de control en las ciencias sociales y humanidades en general, que si bien nos parece fundamental como vínculo -en eso estamos trabajando con diversas iniciativas-, creo que aún planteamos nuestros discursos un poco cerrados sobre sí mismos en el sentido disciplinar, y sin establecer un diálogo más recíproco y obviamente más tensionado"

Pese a lo anterior, y a la pertinencia de haber integrado problemáticas propias de las prácticas artísticas en el marco del III Coloquio Nacional de Biopolítica, lo cierto es que para el Director de Extensión del Departamento de Artes Visuales faltó referirse con mayor especificidad a la relación entre arte y cuerpo, puesto que, "con todo lo confuso que es este concepto, si hay algo específico de la biopolítica que podría ser más propio al campo del arte, es el trabajo con el cuerpo. El artista, a través del cuerpo, padece, proyecta o materializa una conciencia determinada, manifestando no sólo un discurso, sino también manifestando corporalmente aquellas cosas que están ocurriendo", dice al respecto Francisco Sanfuentes.

Eso se manifestaría en el cuerpo/obra, por así decirlo, pero ¿habría mecanismos ejerciendo control sobre el cuerpo del artista?

Como dije, Arnold Hauser plantea que toda producción artística está determinado por una serie de condiciones objetivas dependiendo de la época en que se desarrolle. Ahora, respecto de la incidencia de políticas en el cuerpo del artista, hay algo que se puede pensar. En general, el cuerpo del artista, hablemos primero de su interioridad con todas las afecciones que ello implica, es bastante particular, porque siempre se está proyectando en otro cuerpo. Es decir, aquello que de alguna manera lo afecta es transformado en representación en su propio cuerpo o proyectado en otro. Entonces, la aflicción es distinta, porque inmediatamente es precipitado al límite de la representación. Así, la experiencia del cuerpo acontece en su dimensión más radical y, por tanto, es un lugar de lectura privilegiado.

¿En qué sentido?

Tiene que ver con su quehacer concreto de producción de objetos, representación, entre otras manifestaciones, y eso viene de infinitas mecánicas complejas, de cómo te afecta aquello que está ocurriendo pero que, al mismo tiempo, puedes leer. Algo que destacó al arte desde los años 80 hasta los primeros años de los 90, fue la distancia crítica que tenía respecto de lo que ocurría y del mismo quehacer artístico, porque en el arte se somatiza en otro cuerpo, se hace visible en otro cuerpo. Su particularidad está en que se transforma en representación más o menos codificada, se proyecta al límite de su cuerpo o en otro. No sólo te consume de forma pasiva.

¿Lo racionaliza y visibiliza?

Claro. Pero la pregunta es qué está pasando ahora. ¿Existe conciencia dentro del arte y de los artistas más jóvenes de la manipulación de la cual pueden estar siendo objeto? ¿O del poder respecto del capitalismo, y de algo así como una cierta sociedad de control que pudiera estar llevándolos, en cierto sentido, en cuanto a producción de obra y deseos, por ejemplo? Aparentemente, sí se estaría ejerciendo un control, porque ahora hay cada vez menos distancia crítica. Por eso era importante hacer esto, independiente de si se constituyó bien o si se constituyó en algo más específico. Era y es importante porque, actualmente, el arte está absolutamente al interior del campo de las redes que mueven y manipulan producción.

¿Eso implica que los mecanismos de control han sido efectivos en el campo del arte? Porque usted habla de los inicios de la década de los 90 como límite temporal de esta conciencia crítica, periodo que, en términos históricos, coincide con el regreso a la democracia.

La vuelta de la democracia produce un ablandamiento, una bajada de guardia en general, porque parecía que todo iba a estar bien. En la dictadura se generó una radicalización, por lo tanto, había una toma de bando absolutamente radical; había que estar atento y tener una distancia crítica; había que tener cuidado y no confiar en nada, prácticamente. Ahora el arte se volvió institucional, el mercado ingresó con mucha fuerza al campo del arte y hubo un cambio generacional vinculado a un cambio cultural. ¿Qué es lo que ocurrió? Pinochet hizo una revolución mucho más profunda que una dictadura, provocando un cambio cultural profundo a través del capitalismo, que quedó inserto en Chile. Hay una exacerbación de la individualidad, del miedo al otro, y una desconfianza de todas las formas de pensar el concepto "política". El rechazo o simple indiferencia que tienen una cantidad importante de jóvenes por la política, es la repetición exacta del discurso de Pinochet cuando hablaba de los políticos, los politiqueros y los politicastros. Esa forma de hablar con desprecio de los políticos es exactamente igual a la que hoy usan los jóvenes, porque no pareciera haber mucha diferencia en la repetición mecánica y vacía de esos dichos. El discurso quedó bien instalado, el trabajo estuvo bien hecho.

Y ya que habla de arte institucional, ¿qué sucedería entonces con el surgimiento del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes?

Siempre va a ser bueno que exista apoyo a la producción artística de parte del Estado, pero eso tiene un arma de doble filo, porque ese es el lugar al que hay que llegar para acceder a los fondos y, de alguna manera, para ello hay que amoldarse a esas políticas, mecánicas y estilos. Por eso es que se habla mucho de la fondarización del arte, porque habría que saber hacer proyectos y generar procesos de obra pensando en Fondart. De alguna manera se produce una especie de dependencia, de parasitismo absoluto respecto del Estado, y eso es complicado porque se genera una dependencia en la producción de obra. Así, la institución se transforma en un lugar al cual todos quieren acceder, porque algo hay ahí para todos. Eso es lo complicado.

¿Un mecanismo de control?

Genera una especie de trama que hay que respetar para poder ingresar y tener los beneficios de eso, donde a veces se valora más una suerte de precisión inmediata del proyecto que la densidad del mismo como proceso de obra de más largo aliento.

¿Las modas también responderían a mecanismos de control?

En el arte siempre ha habido modas. Pero no hubiese cambiado nada en la producción artística si no hubiera existido, por lo menos desde el siglo XIX en adelante, una distancia crítica respecto de eso que predomina y a lo cual supuestamente hay que acceder. Las formas expresionistas o muchas de las vanguardias no existirían si no hubiera habido distancia crítica y quiebre radical respecto al arte oficial o el arte institucional, por ejemplo. Si hablamos de la banalización de arte ahora, uno podría decir que en todos los periodos ha existido una especie de banalización, repetición de ciertas formas más de moda. Pero siempre ha habido una distancia crítica que ha permitido generar nuevos lenguajes. La tecnología, por ejemplo, ya está fuera de la escala humana, no produce en términos comerciales lo que nosotros necesitamos sino que mucho más, y esa producción, esos productos hay que usarlos sólo porque sí. En el arte existe ahora una especie de celebración de nuevas tecnologías sin tomar una distancia. O sea, porque están ahí las uso, y las uso indiscriminadamente sin saber para qué o con qué tiene que ver eso, y sin tener cuidado de qué significa. Cuando se habla de estética relacional, por ejemplo, donde está todo en red, las comunidades internacionales de artistas deberían pensar en que internet no es una cuestión inocente, pero no siempre lo hacen, porque, al parecer, estarían perdiendo distancia. Pero cuando hablo de sus posibilidades, de su capacidad crítica, de la proyección en otro cuerpo, he hablado del arte, no de los artistas.

¿Y qué pasa con los artistas?

Hay de todo. Pero en el contexto del arte joven hay una especie de celebración de los nuevos medios que ha perdido todo eso. Entonces, uno puede decir que el arte siempre se ha enfrentado a ciertos grados de manipulación, de poder, pero siempre ha habido momentos donde esas cuestiones se han revertido y se ha generado un ir a contrapelo, una negación, una producción de nuevos lenguajes. Es cierto que ahora se ve cada vez menos esa distancia, pero en la historia las cosas se miden en 50 años. No sabemos qué va a pasar. Por ahora, el surgimiento de las estéticas relacionales tiene ese riesgo también, porque hay algo ahí que se está disolviendo. A lo mejor, es la muerte de la subjetividad en los procesos artísticos. El problema es que todo esto está pasando por ciertos recursos y medios que no son inocentes. Te llevan a usarlos, a comprarlos, establecen mecanismos, hay que someterse a ciertos patrones y a una parametrización de los recursos. Además, toda constitución de una comunidad determinada implica residuos. Siempre ha sido así, porque la condición humana es demasiado compleja.

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