Último montaje de la compañía La Oruga:

La fiesta enlutada de "Lonquén, entre el limbo y la tierra"

La fiesta enlutada de "Lonquén, entre el limbo y la tierra"

A fines de 1978, el hallazgo de los cuerpos de 15 campesinos asesinados a manos de carabineros de la tenencia de Isla de Maipo en 1973 y arrojados posteriormente a los hornos de cal de Lonquén puso fin al ocultamiento de la verdad sobre los detenidos desaparecidos en el país, en un momento en que la dictadura desconocía sistemáticamente su existencia.

En estos hornos de cal fueron encontrados los cuerpos de Sergio Maureira Lillo y sus cuatro hijos: Rodolfo Antonio, Sergio Miguel, Segundo Armando y José Manuel; Óscar Hernández Flores y sus hermanos Carlo y Nelson; Enrique Astudillo Álvarez y sus dos hijos, Omar y Ramón; y los jóvenes Miguel Brant, Iván Ordóñez, José Herrera y Manuel Navarro.

A través de un montaje de gran belleza visual, "Lonquén, entre el limbo y la tierra" se hace cargo de poner en escena la historia de las familias de Lonquén, que si bien está teñida de muerte y dolor, su transposición escénica apela más bien a interpelar reflexivamente al espectador.

Dirigida por Carlos Huaico, Magíster © en Dirección Teatral de la Universidad de Chile, esta obra constituye el cuarto trabajo profesional de la Compañía de Teatro La Oruga, la que está compuesta por estudiantes y egresados del Departamento de Teatro de la Facultad de Artes.

Acreedora de un Fondart 2009, en "Lonquén, entre el limbo y la tierra" la compañía La Oruga mantiene su dispositivo escénico ágil e innovador, integrando teatralidad y música en vivo ejecutada en escena, y en esta oportunidad, mezclando realidad y fantasía para adentrarse en un tema que no puede dejar indiferente a nadie.

"Hay muchas obras que hablan del golpe, la dictadura y las atrocidades que se cometieron, pero faltan muchas más. Tienen que hacerse muchas más, porque en la medida en que uno hace un aporte a la construcción de la memoria histórica del país, uno siente que de alguna manera ayuda a que estas cosas no vuelvan a suceder", afirma Carlos Huaico.

Mucho más arriesgada que su proyecto anterior, más allá de romper la estructura aristotélica de narración, en esta obra abundan los simbolismos, y hasta una japonesa tiene cabida en la historia de "Lonquén".  Huaico explica: "La inclusión de los japoneses tiene que ver con la intertextualidad, con la idea de que retratando tu propio pueblo puedes retratar el mundo. Las atrocidades de Lonquén también pasaron en Auschwicht, en Japón, siguen pasando y no deben pasar ni en Chile ni en el mundo".

Sin duda, la huella del Magíster en Dirección Teatral de la Universidad de Chile del que acaba de egresar está muy presente en este montaje, y es que tal como señala, "yo sigo validando el Magíster como escuela de dirección potente. Me parece que el trabajo que hacen los profesores de tratar de que los alumnos busquen nuevos lenguajes, es notable. Creo que si yo no hubiese pasado por ahí, quizás este trabajo no tendría la fuerza que tiene".

Con un elenco conformado por Pamela Alarcón, César Arredondo, Felipe Concha, Josefina Fuentes, Patricio Huaico, Trinidad Infante, Anita Olguín, Álvaro Salazar y Gastón Salgado, "Lonquén, entre el limbo y la tierra" estará en cartelera hasta el 16 de septiembre con funciones los días lunes, martes y miércoles en Sidarte.

¿Por qué quisiste tocar el tema de los detenidos desaparecidos de Lonquén?

Porque una de las cosas que me motivan al momento de hacer teatro es reflejar la realidad en que uno vive. Nosotros somos de Talagante, y allí la geografía te condiciona mucho. Desde donde te pares ves el cerro de Lonquén, por lo que está muy presente en la vida cotidiana.

No es que no me motive hacer obras de autor, pero como desafío creativo me motiva más tratar de poner en el circuito teatral temas que a mí me toquen directamente. Mis abuelos vivían en Lonquén, yo cuando era chico jugaba en Lonquén, pero curiosamente pasamos mucho tiempo sin saber nada de lo que había ocurrido ahí.

Por otro lado, dentro de nuestro viaje de investigación teatral está el tema de rescatar nuestra idiosincrasia, nuestra propia realidad, y en el marco de toda esta oleada Bicentenaria de rescatar Chile, quise hacer otra historia para el Bicentenario, una que tuviese un doble sentido: por un lado es "una historia más", pero por otro es también como "otra historia", una que no pretende mostrar a Chile como un país perfecto, sino que puede decir que aquí se cometieron atrocidades. Sin embargo había que darle una mirada artística al tema, y también me motivaba la posibilidad de darle un enfoque humano. Los personajes de la obra están retratados como personas con defectos y virtudes, como personas comunes y corrientes, y en ese sentido mostramos que se truncaron vidas de personas que tenían pensamientos y formas de vida como las nuestras o no, pero no por eso pasan a ser santos ni los vamos a crucificar.

Por otro lado, abordar la muerte no desde la perspectiva del dolor, sino como un estado que nosotros no conocemos me parecía también interesante. En "Lonquén" se cruzan temáticas netamente estéticas, artísticas y de estructura de obra con temáticas humanas: con qué es lo que le pasa al director y a los actores con esta obra, y qué es lo que le pasa al público cuando la ve. Hay gente que a lo mejor hubiese esperado que hubiésemos sido más lapidarios con la dictadura, que hubiesen habido más banderas rojas y más canciones de Quilapayún, pero nosotros sentíamos que queríamos abordar la obra desde otro lugar, desde otra mirada, y a la vez sentíamos una suerte de responsabilidad ligada al querer ser nosotros quienes contáramos esta historia: no queríamos que otros artistas vinieran a decir lo que les pasó a nuestros vecinos.

En términos de su estructura, esta obra es como una composición en fragmentos. ¿Qué te motivó a romper con el relato lineal?

Podía haber contado la historia linealmente, pero en algún minuto me di cuenta de que no era lo que me movía creativamente. Al principio se me venían imágenes como en un sueño, y por eso la alusión al limbo en el título. Cuando uno trata de reconstituir un sueño, las imágenes siempre acuden a la mente en pedazos. Yo me dije 'esa es la sensación que yo quiero trasladar al público, la sensación de que es un sueño que a veces puede ser agradable pero también puede transformarse en una pesadilla'.

Por otro lado, vivimos insertos en una cultura mosaico, donde todo está puesto en fragmentos, entonces mi pregunta era cómo podemos trasladar esta cultura mosaico al teatro. Desde ahí surge esta propuesta fragmentada. También pensaba que para tocar un tema de carácter político era importante utilizar parte de la metodología que plantea Brecht, por lo que de alguna manera necesitaba plantear un tipo de distanciamiento para no provocar en el público una emoción sino que una reflexión, y es que si finalmente queremos ayudar a la memoria, esto tiene que producirse desde la reflexión más que desde la emoción. Por eso nos servía más el fragmento, las imágenes aparentemente inconexas entre sí. "Lonquén" es una puesta muy vertiginosa además, muy al límite, y si sus diversos fragmentos no eran percibidos como un conjunto, tampoco hubiésemos logrado el objetivo.

Si bien hay ciertas características de puesta en escena que se repiten en ambos trabajos, tu anterior proyecto "La madre del cordero", es muy distinto a "Lonquén". ¿Podrías hablarnos de ello?

A diferencia de "La madre del cordero", esta obra tiene más pretensiones simbólicas. "La madre del cordero" era mucho más directa, más aristotélica, apelaba más a una identificación con los personajes, en cambio "Lonquén" no, porque apela más a la reflexión y por lo mismo se requería un tipo de trabajo de actuación y de dirección distinto. Fue muy duro.

Una vez un profesor del Magíster en Dirección Teatral me dijo que el teatro tenía la posibilidad de defenderlo todo. Esa frase me cautivó, y es cierto, yo tengo mi opinión personal de las cosas que ocurrieron, y si yo hago una obra que se llama "Lonquén" mi posición frente a la vida está clara, por lo que plantearme el desafío de poner un personaje que estuvo a favor de eso, era una dificultad tremenda. Creo que el personaje que hace Pamela es brillante, por el nivel de compromiso que implica y por el nivel de contradicción que tiene ese personaje, el desafío era muy grande. Yo creo que Pamela Alarcón es un hallazgo, y lo que ella hace es fuera de serie sobre todo porque es fácil hacer esta obra frente a un público cualquiera, pero plantearse como una persona que estuvo a favor de la intervención de los militares frente a 45 familiares de detenidos de Lonquén, manteniendo el nivel de emoción, de estructura y de compromiso artístico, hay que ser muy valiente, muy profesional y muy capaz.

Dentro de sus pretensiones simbólicas, la muerte ronda en "Lonquén", pero bajo la forma de una alegría enlutada...

Cuando me tocó conversar con los familiares de los detenidos de Lonquén, me di cuenta que mucha gente tiene la esperanza de que en algún minuto se van a volver a encontrar. La religión te entrega ese tipo de respuesta. Yo creo que la materia se transforma no más, entonces me parecía que finalmente es como una fiesta, y un crítico dijo sobre la obra algo así como "es un funeral con sabor a fiesta". "Lonquén" aborda el tema de la muerte, es una puerta de entrada para ver cómo cada uno enfrenta la muerte, cómo se enfrentan estos muertos que no saben que lo están y que creen que están vivos, y cómo se enfrentan los vivos que no saben donde están sus muertos.

En el campo, los funerales eran con cazuela y guitarra. Si el velorio del angelito es algo que a nosotros nos puede parecer morboso, es sin embargo una forma de mitigar el dolor. En "Lonquén" nosotros sentíamos que si de alguna manera queríamos entregar una salida, teníamos que hacerlo desde la humanidad, porque claramente desde la justicia eso no ocurrió. La obra es clara en ese tema: el juez encargado de juzgar a los implicados en el crimen se declara incompetente, y eso fue tomado literalmente de la realidad. Después de 31 años, recién en noviembre de este año, los familiares de los detenidos desaparecidos de Lonquén van a poder enterrar a sus muertos, pero hay gente que nunca va a poder tener un duelo de ninguna especie, entonces ¿cómo abordábamos el duelo nosotros? De ahí viene el concepto de la fiesta enlutada, el vestido rojo de la eterna enamorada de un joven detenido, que baila con un pañuelo negro, con alegría y fuerza como si él estuviera aún presente.

Yo no había tenido la posibilidad de conocer tan directamente a los familiares de los detenidos desaparecidos, y al conocerlos me di cuenta que uno los estigmatiza y se llena de prejuicios, pero al final se da cuenta de que son personas normales, que es gente que sigue viviendo, que tiene que seguir viviendo, que aprende a vivir con ese dolor y esa ausencia.

"Lonquén" forma parte de tu tesis de magíster en dirección teatral. ¿Qué más nos puedes contar de eso?

Hay ciertas cosas en donde las palabras empiezan a verse superadas y es que las formas de comunicarse a través del lenguaje también han ido modificándose. Eso se ha denominado cultura mosaico, y en ella están presentes la composición mosaica de la información, la disposición de lectura circular, el zapping, etc. Con esto no estoy diciendo que el texto está superado, sino que hay una forma de poner en escena que tiene que responder a esa nueva realidad, entonces yo me pregunto ¿podrá existir un teatro mosaico? La respuesta es que no lo sé, tengo que investigarlo, y en eso estoy ahora.

Para que exista el teatro mosaico tendría que existir la intertextualidad, vinculaciones poéticas y de metodologías de trabajo. Nosotros seguimos inspirados en el tipo de actuación y metodología que proporciona Eugenio Barba, cruzado con una metodología de puesta en escena brechtiana.  También es parte de un teatro mosaico el hecho de que una historia que ocurre en Lonquén también puede pasar en un pueblo de Alemania.

Realizar funciones de lunes a miércoles es poco usual en el circuito teatral nacional. ¿Cómo ha funcionado para ustedes?

Sin quererlo, con ello nosotros mostramos que el teatro tiene que adueñarse de días, horas y espacios. Hay muchas compañías, actores y directores muy talentosos que tienen que postergar algunos proyectos porque no hay espacio y eso no puede ser. Deberíamos tratar de alguna manera de generar espacios para todos, porque si generamos espacios para todos vamos a generar público para todos, y creo que trabajar de lunes a miércoles, con el éxito que hemos tenido, es prueba de que funciona.

¿Cómo ha sido la experiencia de trabajar con un actor con bastante trayectoria como es César Arredondo?

La Compañía La Oruga está compuesta en general por actores jóvenes, el promedio debe ser de 23 años, y yo necesitaba una figura mayor que representara al padre. Nosotros tuvimos la oportunidad de conocernos hace algunos años, en algún momento le conversé del proyecto, él se entusiasmó y se sumó. Ambos tenemos formaciones distintas, y por lo mismo, a veces los objetivos artísticos son distintos, pero logramos buenos puntos de encuentro. No tuve ningún problema con él, al contrario, lo ha hecho muy bien. Además él está apostando a hacer un tipo de teatro distinto, y en esa apuesta también fue valiente. Cuando apuestan, todos los actores con más trayectoria demuestran su valentía, su vértigo y su placer de hacer teatro, hacer cosas y miradas nuevas y en esa línea está César Arredondo. 

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