Artista visual y Premio Nacional de Arte 2003:

Gonzalo Díaz: "La Universidad de Chile debe hacer su historia y hacer el duelo"

Gonzalo Díaz: "La Universidad debe hacer su historia y hacer el duelo"

Este miércoles 18 de noviembre, a las 12:00 horas, la Universidad de Chile rendirá un homenaje a los académicos y funcionarios que cumplen cuarenta años trabajando en esta institución en la ceremonia "Distinción por Años de Servicio", un reconocimiento que en esta oportunidad recibirá Gonzalo Díaz, artista visual, académico del Departamento de Artes Visuales de la Facultad de Artes y Premio Nacional de Arte 2003. "En los 40 años que llevo como académico en la universidad no he estado ni uno solo en 'estado normal', ni menos, de manera placentera. Siempre se ha estado moviendo el piso, en un sentido o en otro", dice Gonzalo Díaz, quien además suma a todo ese tiempo sus años de estudiante en la entonces Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile.

"El año 1969, se movía por la Reforma Universitaria. En 1970, por el triunfo del gobierno popular del Presidente Salvador Allende y por las dificultades de la implementación de esa enorme reforma. El entusiasmo durante esos tres años era demasiado convulso e intenso y yo andaba más perdido que el Teniente Bello. El 11 de septiembre de 1973 se movió el piso no sólo en la Universidad de Chile, aunque aquí se movió especial y gravemente. Después vino el silencio sordo y ominoso, y empezó la travesía por el desierto, con el horror y el espanto a la vuelta de la esquina. Me quedé porque no me echaron y porque era, supongo, demasiado joven e insignificante. Sospecho que tuve, además, ángeles de la guarda que me defendieron. No tenía tampoco posibilidades anímicas ni intelectuales para irme fuera de Chile", agrega el artista visual.

Gonzalo Díaz estaba en el Taller de Pintura que comparte con Enrique Matthey y Pablo Ferrer, cuando supo que recibiría este reconocimiento, a sólo días de que ello se hiciera efectivo, una noticia sorpresiva que hizo que se le nublara la mente "por el cúmulo de imágenes que acuden como fantasmas. Por nada del mundo volvería a recorrer esos caminos, al menos no de la forma en que pude hacerlo", dice. Al preguntarle qué es lo ha llevado a mantenerse durante tanto años vinculado a esta casa de estudios, el artista visual y académico no duda en responder que "la pregunta que me hace supone que se tiene la posibilidad de planificar la vida y, al menos en mi caso, no ha sido así. Estudié arte ahí, en el Palacio del Parque Forestal, porque no había otro lugar donde hacerlo. Y me quedé porque había que conservar un trabajo".

Profesor, ¿cómo recuerda su época de estudiante al interior de esta universidad?

Coinciden esos recuerdos y son inseparables con los recuerdos genéricos de la juventud y, en tal sentido, se me producen efectos contradictorios. Ya no sé si eran las condiciones y virtudes de la sociedad chilena o los beneficios propios de la época de la irresponsabilidad. Agradezco que se me haya dado tiempo y espacio para dejar de andar perdido, al menos en el sentido hiperbólico en que lo estaba. Podía permitirme pastar y rumiar en la llanura y gastar todas las energías en el ocio pleno, vagando todo el día. Con Adolfo Couve acostumbrábamos en plena semana a irnos a media mañana desde la Escuela de Bellas Artes del Parque Forestal a la cercana Estación Mapocho, tomar un tren a Valparaíso y volver en la tarde. Podía leer a destajo, aunque lo hacía sin ningún orden ni método. Era una especie de felicidad extraña, una especie de olla donde hervían ideas, anhelos y utopías. Quedaba agotado de tanto reírme y supongo que era una manera de hacerme del mundo, para cuyos roces y gravedades no tenía demasiadas aptitudes.

¿Qué lo motivó a seguir la carrera académica en paralelo al desarrollo de su obra?

Nunca supe lo que era eso. De hecho, la "carrera académica" no existía. La intervención militar destruyó todas las estructuras universitarias y los sistemas naturales de defensa institucional y de calidad académica. Lo considero otro de los crímenes de Lesa Patria cometido por la dictadura para con una de las inversiones culturales e intelectuales más descomunales que ha hecho la República -la Universidad de Chile-  a lo largo de su historia. Esta cuenta pendiente con nuestra universidad y con la sociedad chilena no la tiene ningún político en su cabeza, salvo la Presidenta Bachelet que tuvo la intuición y voluntad de reparar en algo esa deuda con la enorme asignación presupuestaria que dispuso para la revitalización de las Humanidades, las Artes, las Ciencias Sociales y de las Comunicaciones en las universidades públicas. Para seguir con la pregunta, hice mi obra no sólo sin la Universidad de Chile, sino en contra de ella. La primera vez que me evaluaron fue en 1985, después de 16 años de estar ahí como "académico". Me dieron la jerarquía de Profesor Titular a la primera. Reclamé, pues suponía que era otra movida de los milicos, al igual como reclamé después, con lo de la "dedicación exclusiva", del rector delegado de Pinochet, el "filósofo" Juan de Dios Vial. Me sentía acorralado en un espacio desnaturalizado al que habían entrado por la ventana y tomado por asalto: era Esparta adentro de Atenas. Hacía mis clases y me iba urgente para la casa. Me di cuenta tempranamente que las fisuras de la dictadura y la vigilancia permitían hacer lo que se quisiera en clases y no había para qué autocensurarse. 

¿Cuáles han sido sus mayores satisfacciones y frustraciones en estos 40 años al interior de la Universidad de Chile?

La satisfacción es que pertenecer a la Universidad de Chile coincide con estar en el espacio público. Y la frustración es no haber llegado jamás, como Moisés, a la tierra prometida, a pesar de los 40 años de andar a la deriva por el desierto con esa promesa por delante. En el caso de las disciplinas artísticas, esa promesa significa tener nuevamente un centro de producción artística y de enseñanza de las artes relevante y potente, conectado con el estado y las condiciones actuales de la producción artística contemporánea y del pensamiento crítico sobre arte.

¿Cómo recibió la noticia de ser homenajeado por su compromiso con esta institución?

No demasiado bien. Todos los homenajes son de doble filo. Es impactante tener que aceptar que se ha estado 40 años en un mismo lugar, cualquiera que sea ese lugar, sea el Olimpo, el Paraíso o el Infierno. Empecé hace años ya, a tener estudiantes que eran hijos de estudiantes de mi taller. Supe el otro día que una estudiante era nieta de su bendita abuela, que fue estudiante en mi taller hace mil años atrás. Mis estudiantes actuales nacieron todos después de la vuelta a la democracia, ayer, en 1990. Parece que tendré que aceptar, sobre todo después de que me entreguen el abyecto diploma que parece que le infieren en la ceremonia a los homenajeados, que ya no soy joven.

Por último, y con su experiencia en esta Universidad, ¿cuáles son los principales desafíos que tiene que afrontar la Universidad de Chile en los próximos años?

Hacer su historia y hacer el duelo. No hemos hecho ni lo uno ni lo otro, y por eso tenemos ahora que andar dando explicaciones todos los días. Al Gobierno, a la derecha, a Bruner, a las "universidades" privadas, a los que ventilan que la Chile es un elefante blanco, al MECESUP, a los diputados, a los senadores, a los bancos, a la Contraloría General de la República, a los estudiantes que no tienen dinero para pagar el arancel. Sólo si somos capaces de hacer nuestra historia, de "historiarnos", de construir el discurso de nuestra historia reciente, podremos formular nuestro proyecto de desarrollo, que no es otra cosa que enrielarnos, encausarnos -en este otro paisaje, en esta otra época, en esta otra perspectiva- en lo que veníamos el 11 de septiembre de 1973, conectándonos verdaderamente con nuestra tradición. Lo que tenemos como proyecto es un conjunto de declaraciones de buena voluntad. Nuestro "PDI" no es aún un proyecto de desarrollo institucional. Debemos por sobre todo modernizarnos, es decir, tener comunitariamente sentido institucional. Los decanos no pueden seguir actuando como en la época de Domeyko, como si fueran dueños absolutos de un feudo estanco al interior de la Universidad de Chile. No hemos logrado superar los efectos destructivos de la intervención militar.

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