En los próximos días presentará su libro "La letra volada":

Pablo Oyarzún: "Me interesan los problemas filosóficos del arte"

Pablo Oyarzún: "Me interesan los problemas filosóficos del arte"

En el tercer piso de la sede Alfonso Letelier Llona está ubicado el Decanato de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, lugar en el que Pablo Oyarzún pasa parte importante de su tiempo desde que asumió como Decano en 2006. A las actividades administrativas que supone un cargo de esta naturaleza, se suman sus intereses como filósofo, que se han traducido en una serie de publicaciones ligadas principalmente a la estética. Pese a ello, Pablo Oyarzún aclara que "no me considero un especialista en estética, para nada, lo que me interesa son los productos estéticos como objetos que tienen un carácter muy agudo de singularidad y complejidad".

Y agrega respecto a ello para que no quede ninguna duda: "Me relaciono con objetos y me interesa dar cuenta de la singularidad y la complejidad de esos objetos. Esa es la verdad, como el estilo, por decir así, de aproximación a los problemas que tienen. Y eso atraviesa distintos campos, campos donde siempre está presente el tema de lo histórico, de lo político y de lo que uno llamaría, filosóficamente hablando, lo metafísico, que es mi vocación más primera. Pero una metafísica bastante peculiar, una metafísica que presupone una crítica a la metafísica, porque es crítica a la metafísica".

Pese a la gran cantidad de publicaciones que tiene a su haber -la traducción de "El Narrador" de Walter Benjamin, que incluye un estudio preeliminar, y "Entre Celan y Heidegger", por dar sólo algunos ejemplos-, Pablo Oyarzún reconoce no tener una metodología a la hora de escribir. Es más, cuenta que desde niño se acostumbró a trabajar de una forma totalmente "interrumpida, ruidosa y un poco azarosa también", y que por ningún motivo dejará de lado la escritura, la investigación y la docencia. De allí que mantenga activa su participación en proyectos Fondecyt, lo que le permite y facilita "adquirir más compromisos que, en el fondo, son compromisos con uno mismo", cuenta.

"Indagaciones sobre literatura y escepticismo. Acerca de las relaciones de experiencia, yo y discurso", es el nombre del proyecto Fondecyt en el que trabaja actualmente, una investigación de tres años que inició en 2007 y que se traducirá en más de una publicación. De hecho, la traducción de "El Narrador" y el ensayo que la antecede forman parte de dicho proyecto, al igual que una serie de textos que publicará durante el mes de mayo la Universidad Diego Portales y que, enmarcados en el libro "La letra volada", incluye ensayos que vinculan el escepticismo y la literatura en la obra de Montaigne, Swift, Lichtenberg, Kleist, Kafka y Borges.

Profesor, ¿por qué centrarse en la literatura y el escepticismo?

Porque uno podría decir -aventurar-, que el escepticismo es algo así como la zona originaria de la filosofía y la literatura conjuntamente, pero que se realiza de manera distinta en los dos campos. Por eso me interesa el escepticismo filosófico, porque es una manera de hacer explícito el momento inicial de la filosofía, que es como el momento de la perplejidad. Y obviamente trabajar eso mismo en la literatura, en formas narrativas y ensayísticas que también están determinadas por algo así como la perplejidad. Ese es el esquema de la investigación. Pero en "La letra volada", sólo algunos ensayos pertenecen a este proyecto, otros son antiguos, y el primer ensayo se llama "Literatura y escepticismo", donde trabajo las hipótesis de esta investigación.

El resto de los ensayos que forman parte de este proyecto, ¿ya tiene pensado cómo los publicará?

No lo tengo muy claro aún porque es distinto a otros proyectos que, sólo en el camino, se me hizo claro en qué se iban a convertir. Por ejemplo, el proyecto anterior, que es "Figuras del poder", es una cuestión mucho más "ambiciosa", un libro muy grande que tiene que ver justamente con todo un análisis del programa del poder, un cruce de problemas metafísicos y los problemas estéticos. El proyecto antepasado era sobre las categorías estéticas, dos libros que están casi listos, pero a los que les tengo que dar una mirada para poder publicarlos.

¿Pero su interés es siempre publicar lo que está haciendo?

En general publico, pero aparte de eso publico otras cuestiones que están aisladas del proyecto. Pero los proyectos siempre tienen que ver con publicaciones porque algo del proyecto va a publicación. Eso varía y, a veces, tiempo después, voy sacando cuestiones que son de proyectos anteriores. Son cuestiones que están vistas desde hace tiempo pero que alguien me pide para publicar. Lo que pasa es que yo, generalmente, no mando cuestiones para publicar, espero que me lo pidan. Se supone que si te lo piden es porque hay interés, y cuando uno manda no sabe si hay interés. Pero en  el estado de la disciplina filosófica hoy día, que es una disciplina muy profesionalizada, lo que se hace es elaborar un artículo y enviarlo a revistas. Luego viene un arbitraje ciego, llegan comentarios y tienes que hacer modificaciones.

Como en el área científica.

Claro, pero siempre mantengo una cierta distancia frente a esa cuestión. Yo tengo una veta mucho más ensayística que de artículo. Aunque sé hacer artículos profesionales y los hago, me gusta más lo otro. En los artículos profesionales hay una sola manera de exponer, en cambio en el ensayo siempre la producción está vinculada a su objeto, y esa es la cuestión que a mí más me interesa.

Y desde la filosofía, ¿cuál sería ese objeto?

Son varios. Me relaciono con objetos y me interesa dar cuenta de la singularidad y la complejidad de esos objetos. Entonces, ese es como mi enganche, de ahí que los temas estéticos me han servido. Lo que me interesa son los objetos, los productos estéticos como objetos que tienen justamente un carácter muy agudo de singularidad y complejidad. La mayor parte de las publicaciones que tengo son lo que uno llamaría estética, y me imagino que algunas personas piensan que soy especialista en esa cuestión. Pero no soy especialista en nada.

"La gracia del arte es que es un pensamiento material"

"La relación con lo visual y lo literario siempre la he tenido presente", dice Pablo Oyarzún desde un escritorio atiborrado de papeles. Desde niño se sintió atraído por las manifestaciones artísticas, especialmente las artes visuales y el teatro, y "como esas cuestiones tocan otros textos también -aunque sean muy abusivo decirlo-, tengo una relación con lo musical, que tiene que ver con esta instancia de cómo se construyen los textos. Es una cosa como enredada, por eso no me siento especialista en ninguna cuestión. Me siento mucho más dilatante", aclara el Decano de la Facultad de Artes.

Desde que tenía doce años que Pablo Oyarzún quería estudiar Filosofía, sin embargo, llegado el momento, optó por matricularse en la carrera de Biología. Su idea, recuerda, era estudiar Biología y, al mismo tiempo, Filosofía, "pero al tomar algunas cuestiones de Filosofía como oyente, me convencí de que en realidad quería estar concentrado sólo en eso y me trasladé definitivamente. Estudié Filosofía y varias otras cosas más porque en esa época uno podía hacer eso. Era todo mucho más abierto y libre, y por supuesto gratuito. Entonces, estudié algunas cosas de historia y otras de literatura".

En su época de universitario ya sentía una fuerte atracción por lo temas metafísicos y políticos, pero fue un viaje realizado en 1977 a Europa lo que le permitió vincular aquello con las artes visuales. Pablo Oyarzún estuvo en París para la inauguración del Pompidou, en cuyo último piso había una retrospectiva de Duchamp, artista que desde antes de ese viaje le había interesado. Sobre él hizo su tesis, "una investigación totalmente filosófica que no tenía que ver con la historia del arte a pesar de que hay referencias a esa cuestión, obviamente, porque me parece imposible hablar de arte sin vincular eso al campo de estudio de historia del arte", explica el Decano de la Facultad de Artes.

Y agrega: "Pero el grueso del tratamiento, diría yo, es filosófico, los problemas son filosóficos. Entonces, la idea es decir que Duchamp está planteando un problema de la filosofía para el cual la filosofía es todavía inmadura. Por lo tanto, uno tiene que acudir justamente a la producción duchampiana para poder aprehender ahí los conceptos que se puedan pensar en los problemas que está planteando. Y esa ha sido siempre mi relación con el arte; el arte me interesa justamente por los problemas filosóficos que plantea, no necesariamente por lo que uno llamaría la cualidad estética, a pesar que ello también me entusiasma".

Desde esa perspectiva, ¿cuáles serías los problemas que estaría planteando hoy el arte?

La verdad es que no tengo la menor idea. Lo que pasa es que he tenido un cierto viraje. Al principio no tenía intenciones de preocuparme filosóficamente del hecho literario, a pesar de que algunos de los autores que más me motivaban eran justamente literatos. Si yo dijera cuáles son mis maestros, tendría que nombrar a dos literatos inmediatamente: Borges y Kafka. Pero no era un objeto de estudio para mí porque se me cruzaba un poco el tema de los estudios literarios y todo ese tipo de cuestiones que tienen un grado de especificidad y preparación constante. Después descubrí que podía encontrar en esos productos lo mismo que creí encontrar en las obras, fundamentalmente, en las obras visuales. Me interesaba la cuestión visual por esa especie de momento silencioso de la visualidad, como de abstinencia de discurso. Pero después me fui dando cuenta que el discurso literario tenía las mismas potencias y que podían ser aprovechadas. En ese contexto es que he hecho un cierto viraje hacia la literatura. Me fui metiendo en eso a partir del romanticismo alemán y de otras lecturas, y recuperando también ciertas lecturas antiguas. Y desde ese punto de vista, en el último tiempo he tenido mucho menos trabajo en artes visuales como para saber en qué están hoy en día. Tendría que desempolvar algunas cuestiones que he trabajado para ver si se mantienen todavía algunas de ellas y qué correcciones habría que hacer. De alguna manera, como que ya cerré una etapa respecto de eso.

¿En qué época comenzó ese viraje hacia la literatura?

En los noventa, aunque viene de antes por todo lo que te decía. Swift es un tipo que me rescató después que volví de Alemania, me rescató respecto de mis intereses y me ayudó también a pensar un poco en la experiencia de la dictadura. Así que la relación con la literatura, por ese lado, viene de antes, pero era una cuestión muy específica. En esa época estaba mucho más atento a lo que estaba pasando en la poesía chilena, lo que tenía que ver con estos pequeños cenáculos de la dictadura donde uno se juntaba con gente amiga a conversar. Desde ese punto de vista sí, había un interés anterior, pero más sistemáticamente de los noventa en adelante.

Uno asume que cuando empiezan a cambiar los ámbitos de intereses es porque lo que había antes, de algún modo, deja de representar desafíos, como si se acabaran las posibilidades de "intrusear" en ello. ¿Pasó eso en su caso?

Imagino que sí, que se me agotó un poco la capacidad de encontrar cosas nuevas, cosas que me sorprendieran, y las empecé a encontrar en este otro lado. Pero sin perder de vista lo otro, siempre manteniendo un interés, una relación. Lo que a mí me interesa es el pensamiento, entonces, mi lectura del arte siempre ha sido el arte como pensamiento. La gracia del arte es que es un pensamiento material, y eso es lo que me interesa especialmente de las manifestaciones artísticas, la materialidad irreductible que poseen. Eso me lo dio por largo tiempo el arte visual, pero siempre bajo esa especie de deseo de dialogar en términos de pensamiento.

Este proyecto de Fondecyt está vinculado a este nuevo foco de interés, ¿cierto?

Sí, pero es un campo viejo ya. Es una manera de articular esta idea que, en este caso, es la relación entre filosofía y literatura.

Entonces, ¿"Entre Celan y Heidegger" también forma parte de sus nuevos intereses?

También, pero viene de un proyecto anterior, y por supuesto de intereses muy polémicos que he tenido por mucho tiempo por Heidegger. Yo entré a filosofía leyendo un texto de Heidegger del que no entendí nada, cosa que me pareció fantástica. Siempre he pensado que lo mejor que le puede pasar a un estudiante de filosofía es leer un texto y no entender nada. Es lo que más lo puede estimular para ver que ahí hay algo por pensar. Y también leyendo textos muy claros, racionales. A mí me tiran las dos cuestiones. Es obvio que todo lo que uno hace pasa por el concepto, y los conceptos también tienen una capacidad de organizar sus propios discursos y uno tiene que obedecer un poco a esa organización. Eso significa argumentar, que hay un patrón racional, y eso sí que no lo abandono por ningún motivo. Pero me interesa porque en un determinado momento el patrón racional ya no te da, y ahí es cuando aparece lo singular de la cosa que estás tratando de ver. En eso me llevo, pero no sólo en arte porque también los fenómenos políticos entran ahí, la experiencia individual. Pero el arte tiene esa cosa de poner en forma una experiencia, una autonomía del hecho artístico que lo hace mucho más visible y perceptible de lo que pueda ser una experiencia media fugaz. Me gusta pensar que uno puede llegar a enunciados simples, por ponerlo de una manera, que tienen una carga de pensamiento que da cuenta de la complejidad de las cosas. No creo ni en la pura complejidad, porque me parece que eso es pura irracionalidad y sentimentalismo, ni creo en la pura simplicidad, porque esa cuestión es simplemente reducción de la complejidad misma.

¿Y cómo se logra el equilibrio a la hora de plasmarlo en una publicación?

Escribiendo, conversando, porque inevitablemente tiene que ver con la relación con el lenguaje, aunque creo que no hay equilibrio entre esas dos cuestiones. Durante un tiempo pensé que tenía relación con que en un texto yo pudiera ver que aparecía una frase imborrable, que fuera como definitiva, por así decirlo. No sé ahora, no tengo la menor idea, porque como no tengo el suficiente tiempo para atender más a la forma de lo que hago, estoy un poco más distante de eso. Tengo las manos encrespadas de escribir tantas cosas para la Universidad. Obviamente, se produce cierta distancia con mis trabajos, que trato de hacer más o menos periódicamente, pero al final siempre es hacia las vacaciones. Me cuesta conectarme porque la mano se rigidiza y necesito soltarla, y me cuesta volver a soltarla. Mi manera de soltarla es empezar a escribir puras tonteras, anotando cuestiones como al lote. Y después, curiosamente -creo que le pasa a todo el mundo-, algunas de esas cuestiones van a algún lado y se estructuran solas. Esa es la gracia porque miras un texto y te das cuenta que ya está listo. Pero no está listo por una cosa de voluntad, te fijas, si no que se fue armando y llegó a un lugar. Ahora, lugares provisorios hay siempre.

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