Observa Walter Benjamin en su ensayo El narrador (1936), al referirse a los soldados que regresaban de la Primera Guerra Mundial: "¿No se advirtió que la gente volvía enmudecida del campo de batalla?". El pensador alemán constataba en este mutismo el fin de la experiencia como algo comunicable, permitiéndole formular una tesis capital y perturbadora: "el arte de narrar llega a su fin".
"Cada vez más raro -proseguía Benjamin- es encontrarse con gente que pueda narrar algo honestamente. Con frecuencia cada vez mayor se difunde la perplejidad en la tertulia, cuando se formula el deseo de escuchar una historia. Es como si una facultad que nos parecía inalienable, la más segura entre las seguras, nos fuese arrebatada. Tal, la facultad de intercambiar experiencias".
Según Pablo Oyarzún, estudioso y traductor de la obra de Benjamin, ésta es la cuestión fundamental que atraviesa El narrador, ensayo que acaba de publicar la editorial Metales Pesados, y de cuya traducción se hizo cargo en el marco del proyecto Fondecyt "Indagaciones sobre literatura y escepticismo. Acerca de las relaciones de experiencia, yo y discurso".
-¿Cómo se inserta la traducción de este ensayo en su proyecto?
-Es algo así como un punto de partida táctico. Se trata de formalizar y radicalizar estructuralmente lo que en Benjamin es, de manera prioritaria, un argumento histórico: asumo el fin del arte de narrar que está en el eje del planteamiento benjaminiano como caso revelador del fin de la literatura como tal. Pero no entiendo este fin como un desenlace, sino como una condición. La narración y, en general, la literatura pueden ser descritas como la inscripción de lo singular: existencia, acontecimiento, circunstancia. Sin embargo, desde el punto de vista teórico, esto constituye una paradoja: no es posible inscribir, es decir, repetir, lo singular como tal, puesto que esto es por definición irrepetible.
-¿De qué manera la literatura es capaz de resolver esta paradoja?
-La imposibilidad teórica de la literatura es precisamente aquello que la literatura resuelve en la práctica, en sus variados modos. Es lo que la hace posible y, de hecho, real. Pero esa misma imposibilidad, que la literatura supera continuamente en su ejercicio y su devenir, es su límite estructural. Desde el punto de vista histórico, que interesa especialmente a Benjamin, la modernidad sería la época en que ese límite y, por tanto, aquella imposibilidad se convierten en el problema esencial y temático de la literatura, de manera que para ésta se vuelve determinante la reflexión, asumida en el propio ejercicio literario, sobre las condiciones cada vez más inciertas de lo que llamo la inscripción de lo singular.
-Benjamin relaciona el fin del arte de narrar con la Primera Guerra Mundial, que usted define como la mayor expresión del "imperio de la técnica y sus consecuencias devastadoras". Adorno hablará, décadas más tarde, de la imposibilidad de escribir poesía después de Auschwitz. Sin embargo, hasta el presente, miles de escritores han seguido escribiendo poemas y narraciones.
-La afirmación de Adorno era, en cierto modo, un aguijón que hería la célebre "Fuga de la muerte", de Celan, el poema por antonomasia de ese "después". No son infrecuentes en la modernidad las anticipaciones, y no se tiene que pensar que las cosas deben haber sucedido para que se forme el juicio a su respecto. Más bien ocurre que cuando son incipientes, y cuando hay percepción para ellas -en pensadores, poetas, escritores, críticos-, sus consecuencias lejanas pueden ser y son evaluadas certeramente. El juicio de Benjamin -que es, aquí, un tiento de ensayista, pero también una lúcida meditación sobre los supuestos y las consecuencias de una experiencia histórica crucial- atina a poner en la mira un acontecimiento en sus primicias, que todavía tomará tiempo en alcanzar su total envergadura; con Kafka pasa algo similar.
-¿Comparte el juicio de Benjamin?
-Me guardo una reserva a propósito de él, particularmente en lo que atañe a otras formas de la narración, a otras formas de la experiencia, a otras formas, si se quiere, de su mutismo elocuente. Así, la insistente tendencia al silencio que auscultaba Celan en la poesía. Que la experiencia, como inscripción de lo humano en el devenir de lo que hay, esté en crisis, en prolongada crisis, es un hecho que marca y demarca todo nuestro estar y malestar; que ello impulse una crisis de todas las formas heredadas de compartir experiencias, disueltas en el espectáculo, el chisme y el chat, en el blog y el fotolog, también es un hecho determinante, pero tenemos que estar atentos a las posibilidades que siguen albergando las nuevas configuraciones de la experiencia, a los nuevos y cada vez más exigidos modos en que pueden asistirla el lenguaje y los nuevos medios, y, en general, a los desplazamientos por los cuales sigue resguardándose la impronta de lo singular -tarea del pensamiento, de la literatura- en el saturado contexto de la globalización y de la totalización técnica.
-¿No le parece curioso que Benjamin planteara la crisis de la narración en un ensayo elaborado con anotaciones realizadas entre 1928 y 1935, es decir, tres años después de que Ortega y Gasset señalara la crisis de la novela, en "Ideas sobre la novela" (1925), donde la vincula a la "deshumanización del arte" y al apogeo de la técnica y las vanguardias?
-Creo que lo que se juega en el ensayo de Benjamin es algo muy distinto a lo de Ortega. Cierto, no tengo presente este último, y, cierto, a veces puede haber un engañoso aire de familia en determinados desarrollos teóricos y determinados análisis, a veces hasta la impresión del más estrecho parentesco entre autores que de suyo no son homologables, una impresión que en verdad es imputable a un clima de época. Lo que uno podría llamar malamente la ambigüedad del planteo benjaminiano -y que es más bien su complejidad, su vocación de no reducir o reprimir las diferencias que forman, a manera de tensa constelación, un determinado problema- hace imposible rubricarlo con fórmulas como la de la "deshumanización". Por otra parte, está claro que la evaluación que hace Benjamin de la técnica es multilateral; desde luego, su actitud hacia las vanguardias -que tiene múltiples puntos de contacto con lo anterior- es positiva precisamente en lo que concierne a una transformación de la función social del arte.
El narrador y el ensayista ante la muerte
-En este ensayo, Benjamin se ocupa también de la diferencia entre novelista y narrador. Uno de los indicadores fundamentales que usted destaca es la forma como se plantean ante la muerte.
-Así es, en el ensayo asigno una importancia crucial a la sentencia "La muerte es la sanción de todo lo que el narrador puede referir", que abre el capítulo XI, más o menos en la mitad del texto de Benjamin. Eso confiere a la muerte una significación determinante (como límite de toda significación posible) en la configuración del material narrativo: en la narración, entendida bajo modelo benjaminiano, como frontera indecisa que no cierra ese material definitivamente, sino que lo libra a la fascinación repetitiva del "y entonces" que bien reconocemos en la relación del niño con las historias que le son contadas; en la novela, como clausura que permite perfilarse al "sentido de la vida" que el lector quiere apresar al cabo del relato que lee. Clave de la diferencia sería la vocación de unidad teleológica de la novela, por una parte, y la dispersión de los eventos de la narración, que preserva su carácter contingente, de manera que la primera reditúa un principio de comprensión de la existencia, en tanto que la segunda contribuye -a través de la "moraleja", la lección de la historia narrada, en general, lo que Benjamin llama "consejo"- a la conducción de la vida.
-¿En qué momento de la historia se produce la separación de ambas formas?
-Creo que sólo se puede hablar, sobre la base de la propuesta de Benjamin, de transformaciones de época, que admiten la supervivencia de viejas formas allí donde otras, nuevas, adquieren dominancia. La tesis sobre el surgimiento de la novela en concomitancia con el medio reproductivo y serial de la imprenta y con la configuración de nuevas formas de vida que asignan preeminencia al individuo, y que se toman -ambas- largo tiempo en consolidarse, es una indicación en ese sentido.
-¿Qué aporta "El narrador" a los escritores en el actual momento de malestar o incertidumbre sobre el destino de la literatura?
-Pienso que, desde el punto de vista de la praxis literaria, este ensayo merece una lectura atenta y diferenciada, presta a reconocer los hitos y factores que determinan la pregunta por el destino de la literatura, no simplemente para refrendar lo que en él se dice, sino para reconocer los movimientos, a veces casi imperceptibles, en virtud de los cuales ese destino, fragilizado por la cultura de masas, vuelve a abrirse en ejercicios narrativos, cuyo sello, en todo caso, parece ser precisamente la inquietud reflexiva por la posibilidad o imposibilidad de la literatura misma y por la conexión con las formas de vida. El ensayo puede ser leído, en este sentido, como una sintomatología que propone interrogantes que alimentan la lucidez requerida por esa inquietud.
"El narrador", de Walter Benjamin. Introducción, traducción, notas e índices de Pablo Oyarzún. Ediciones Metales Pesados, Santiago, 2008, 162 páginas, $9.000.
ENSAYO
"Que la experiencia esté en una prolongada crisis es un hecho que marca y demarca todo nuestro estar y malestar. Ello impulsa una crisis de todas las formas heredadas de compartir experiencias, disueltas en el espectáculo, el chisme y el chat, en el blog y el fotolog".
Traducir a Benjamin
-En la Introducción alude a decisiones en la traducción que le dejaron una "sombra de duda". ¿A cuáles se refiere?
-La verdad es que la traducción de Benjamin siempre deja sombras de duda, atribuibles a un efecto de repliegue de su texto sobre sí mismo, a su condición de escritura en proceso, que no es meramente expresión de un curso conceptual previamente definido, sino que produce, en su curso, los conceptos para los temas que trata. Por eso, no sólo es el caso regular de que no se pueda aplicar mecánicamente un mismo "equivalente" para una misma expresión a lo largo de un texto, porque hay contextos y matices que requieren ser atendidos, sino que se debe estar particularmente atento a los cambios de sentido o de peso específico de las expresiones, a los lugares en que se producen las transiciones semánticas o ideológicas que llevan a la génesis de un nuevo concepto, jamás disociable, en Benjamin, de su acuñación lingüística.
-Usted observa cómo el español conserva el verbo "contar", que alude al sentido aritmético que mantiene el alemán "erzählen"? ¿Sería más apropiado haber traducido "El contador" o "El contador de historias" en vez de "El narrador"?
-En lo que concierne al cuento y las cuentas, no se puede perder de vista que los términos "narrar" y "narrador" definen inequívocamente aquella praxis social que Benjamin quiere poner en la mira, sobre todo si se tiene en consideración que habla del "arte de narrar", subrayando una intencionalidad específica referida al efecto seductor o cautivante del relato a través de su forma y su performance, que no suele estar presente -aunque sí, en ocasiones, latente- en el simple "contar" incidental que practicamos día a día.
-¿Cuáles son sus próximos pasos como traductor y exégeta de Benjamin?
-Poco sé, en general, de mis próximos pasos; tiene que ver eso con lo accidentado de la ruta, pero se supone -y habría que subrayar este "se"- que vendría una reedición, muy revisada, ampliada y provista de mayor aparato crítico, de La dialéctica en suspenso (los textos sobre historia de Benjamin), que publicó Lom en 1997. Eso, aparte de la traducción de Para una crítica de la violencia, en Metales Pesados. Otros asuntos y otros prospectos seguramente me alejarán mucho del terruño benjaminiano, aunque cierto sesgo que le es propio a este pensamiento no me abandona.