Desde el martes 28 de agosto el teléfono de Guillermo Núñez no ha parado de sonar. De sentirse absolutamente bajo perfil, ha recibido felicitaciones, incluso, desde China. Y es que a casi todos sorprendió que fuese elegido Premio Nacional de Artes. Matilde Pérez y Eduardo Vilches eran los favoritos para este galardón, y representaban una dura competencia para este artista formado, en sus inicios, en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile.
"El día anterior al anuncio le preguntaron a muchísimas personalidades quién sería el Premio Nacional de Artes y nadie pensó en mí. Creo que Brugnoli me nombró", cuenta Guillermo Núñez acerca de las nulas esperanzas que tenía de ganar este premio, agregando que "casi todos los años a alguien se le ocurría postularme y este año dije que no, que hasta cuando. Yo no me quería meter en esto porque qué me iban a dar a mí el premio", sentencia.
Pero contra todo pronóstico, el martes 28 de agosto, mientras Guillermo Núñez trabajaba tranquilamente en su taller, sonó el teléfono. Era Yasna Provoste, secretaria de Estado, quien le avisó personalmente que había sido elegido Premio Nacional de Artes 2007. "Fue realmente muy impresionante y me emocionó porque no me lo esperaba. Fue como mirar los números del Loto y ver que estaban los números", explica aún emocionado este artista.
¿Ya tiene asumido que es el Premio Nacional de Artes 2007?
A mí siempre me ha costado mucho asumir eso e incluso que soy un pintor. Yo todavía me sigo considerando el muchachito que llegó asustado a dar exámenes para entrar a la Escuela de Bellas Artes donde nos ponían un papel y había que dibujar una de las esculturas y yo no sé que mamarracho habré hecho. Cuando me dicen que puedo entrar, creo que fue la misma sensación que sentí cuando me dieron el Premio.
El artista
Guillermo Núñez llegó a la Escuela de Bellas Artes en 1949. Allí se formó con Gregorio de la Fuente y Pablo Burchard. Guillermo Núñez tiene buenos recuerdos de su época de estudiante, pero muy pocos con sus profesores. "Gregorio a mí me dio sólo dos indicaciones. Una vez me miró y dijo tiene sentido el color, y la segunda miró la paleta y me enseñó a distribuir los colores. Eso fue todo. Después, cuando estuve con Burchard, estaba yo en un rinconcito, pintando y se acerca don Pablo y me dice: mmm, y se fue" señala entre risas el Premio Nacional de Artes 2007.
"Con Bonatti (compañeros desde su época escolar en el Instituto Nacional) comprábamos un libro que se llamaba 'Los materiales de pintura y su empleo en el arte' y así empecé a estudiar cómo pintaban los viejos maestros y con ese libro empecé a formarme", explica, agregando eso sí que "en el casino pasaba todo. Ahí se conversaba, se discutía, se arreglaba el mundo, se aprendía pintura. Yo formé parte de los Grupo de Estudiantes Plásticos. Nos juntábamos y discutíamos y criticábamos de forma amistosa. Por eso digo que casi me formé solo, porque algo influyeron los amigos, los compañeros, y las lecturas".
Se menciona a Matta como su principal maestro, ¿es eso cierto?
Son inventos que Matta fue mi principal maestro. Con Matta nos encontramos en París el día en que coronaban a la reina Isabel de Inglaterra. El era un hombre muy increíble, un tipo creativo en la manera de hablar, de imaginar el mundo. Cada vez que estaba con él era como una borrachera y llegaba a pintar como loco. Su manera de ver el mundo, las locuras que hablaba, empezaron a ayudarme mucho. En ese sentido, el fue mucho más importante como un ser humano al lado de otro, pero maestro en el sentido de que me enseñó a tomar el pincel o que me metiera en su obra, no.
Leí que su obra tiene un compromiso con la vida humana pero en que los elementos plásticos y la estética tienen predominancia, ¿está de acuerdo?
Claro, porque yo nunca he dejado de ser pintor, entonces, el compromiso con el ser humano está adentro, pero no como un manual. En el momento en que estás pintando van a aflorar porque forman parte de tu ser íntimo. Pero cuando estás frente a la tela en blanco eres un pintor, con todas las angustias, las derrotas, con los fracasos que eso trae y con todas las alegrías. Siempre la preocupación ha sido absolutamente plástica y todo lo otro va involucrado porque es la manera en que uno aprendió.
Supe que ahora está pintando paisajes de Francia y que pensaba que quizás no era lo apropiado justo ahora que le habían entregado el Premio.
Sí. Mi mujer se enoja porque yo digo que son feos. Lo que pasa es que este ha sido un año malo y me decidí a que esta cosa tenía que cambiar de alguna manera. Estuve sin pintar bastante tiempo, sólo dibujando y de pronto empecé a retomar la pintura. Los últimos años en Francia fueron en un pueblito que está en el campo y yo salía todos los días a recorrer esos campos abiertos, un mundo muy especial, con cielos negros, con luces que hacían que el pasto brillara. Me da la impresión de que como viví muy entrañablemente eso y como pintaba libremente, tengo esa sensación de gran felicidad, incluso con este paisaje desgarrado. Una amiga me dijo que yo era serpiente en el horóscopo chino y que las serpientes van cambiando de piel cada cierto tiempo y yo he cambiado de piel muchas veces porque hay varias etapas en mis cuadros que parecen distintas, pero lo que cambia es la piel, no lo que va dentro.
¿Cuáles son las etapas de su obra que más le importan?
Todas corresponden a momentos claves. Yo comencé a fabricar un lenguaje que podríamos llamar más propio -uno siempre parte de otros- cuando estaba en Praga: la visión de los techos de Praga, de la arquitectura gótica, y con unos libros sobre las estelas mayas empecé a crear un mundo. Estaba muy entroncado con Rembrandt porque me interesaba la luz y pintaba con temple al huevo. En un cuadro me demoraba dos o tres años porque iba capa por capa. A comienzos de los 60, esta cosa tan bien hecha comenzó a violentarme y empecé a utilizar brochas más grandes, elementos más dramáticos y esmalte de las ferreterías para que diera una cosa más brusca y con eso llegué a Nueva York. Allá hubo un choque con el arte pop y me interesó y comencé con arte poplítico. Trabajando eso, llegué de nuevo a la figuración. Estaba entre el realismo y una cierta caricatura cuando llegó el golpe. Ahí hay un cambio más brutal porque esas figuras tan placenteras se transforman en algo más monstruoso y el lenguaje se hace, en cierto modo, un poco más evidente. Pero siempre hay un hilo conductor.
"Nunca nadie ha preguntado cómo vivía en el exilio"
Guillermo Núñez no se esperaba este Premio. El bajo perfil que ha cultivado, sumado a hechos evidentes como los que él mismo cuenta -"en varias ocasiones han hecho listas de 100 pintores chilenos y no aparezco"- lo tenían convencido de que este galardón llegaría a manos de Matilde Pérez y a pesar de que prefiere la tranquilidad, la ola de llamados telefónicos de amigos felicitándolo por el Premio lo tienen feliz.
¿Está contento con el Premio?
Sí, es emocionante. Mucha gente se siente involucrada y yo involucro a mucha gente: a los muchachos que me han ayudado a trabajar, a la gente que me ayudó a hacer acciones de arte afuera, a la gente de la población La Victoria, a los de la comuna del Bosque.
Usted me dijo que era un premio a una forma de mirar la vida.
En el fondo es eso. Hay un grupo de gente que todavía miramos el mundo con ojos distintos con respecto a lo que pasa. A lo mejor estamos pasados de moda o lo que sea, pero a veces las modas vuelven.
¿De dónde viene esa forma de mirar la vida?
Mientras estudiábamos -era la época de dictadura de González Videla-, nosotros nos inscribimos en las juventudes comunistas, pero militar era conversar, discutir, pasarse literatura. Había una responsabilidad hacia las capas más desprotegidas y la lectura de novelas que hablaban sobre violencia y la información que llegaba sobre los campos de concentración, estaban conformando una manera de ver el mundo y las posibilidades de que alguna vez pudiésemos hacer algo en nuestro país. Cuando llegó la Unidad Popular nos metimos de lleno para lograr que esas cosas que teníamos como sueños se hicieran realidad. Fue una época muy generosa que se rompió dramáticamente. Están todas estas esperanzas rotas, rupturas y decepciones, pero a pesar de eso seguimos con los sueños porque mientras exista un ser humano en la tierra va a pensar distinto que un simple gusanito.
Usted estuvo exiliado más de 10 años luego de la exposición realizada en el Instituto Chileno Francés de Cultura en 1975, ¿cómo fue el regreso a Chile?
Fue muy duro reacondicionarme. Demoré como 5 años. Yo volví el 87 y solamente reconquisté mi país después de la retrospectiva del Museo de Arte Contemporáneo que fue el año 92 o 93. La gente no me conocía, no sabía quien era yo, nos habían borrado del mapa. Fue duro. Los códigos que tú traías no correspondían. Era otro mundo, sobre todo en Chile que es muy encerrado. No tenían idea de lo que pasaba allá y nosotros sí sabíamos lo que pasaba acá. Era raro, te sentías extranjero en tú país, yo tenía miedo de andar en la calle, preguntaba dónde iban las micros. Es que yo me metí mucho en el mundo francés.
Ese mundo francés, ¿le entregó algo?
No me entregó nada. Tenía que meterme y vivir en ese mundo, pero es un mundo virtual de todas maneras porque de todas formas eras un extranjero y uno no tenía derecho a hacer ninguna crítica. A pesar de que te ayudaban, no es fácil ser extranjero. Por eso es duro el exilio.
Cuando salió, ¿sabía que iba a regresar?
No sabía. La verdad es que yo siempre pensé, desde que se hizo el Golpe, que esto iba a durar mucho y así fue. Cada vez se hacía más difícil y se veía que era para largo. Uno se inventaba un optimismo, pero la realidad fue que duró 17 años. Lo dije, esta gente está dispuesta a hacer cosas muy drásticas. Empezaron inmediatamente con la violencia y bombardearon innecesariamente La Moneda. Empezó la represión inmediatamente.
Pero usted igual se quedó en Chile.
Yo estaba dispuesto a quedarme pero me echaron. A pesar de todo, fuimos privilegiados, salimos de aquí vivos. Tuvimos experiencias duras afuera pero enriquecedoras. Allá teníamos otros problemas pero por lo menos estábamos seguros. Aquí se podía comer empanadas y sandías pero tenías la angustia de no saber si ibas a amanecer al otro día. Son distintos dolores. Los que despotrican contra la gente que fue al exilio es una tontera. Llegabas allá y no conocías a nadie, tenías que empezar de cero. Yo fui un privilegiado porque siempre estuve pintando y se abrían muchas puertas con eso y nos servía para luchar contra la dictadura, pero era duro. Había que inventar una manera para poder vivir, de qué vivir. Nunca nadie ha preguntado cómo vivías o cómo te las arreglaste. Al final inventé un sistema para vivir. Hacíamos exposiciones y vendíamos las reproducciones de las obras como un afiche y la gente lo compraba. Yo siempre decía que era el pueblo el que me estaba permitiendo vivir.
Cuando regresa a Chile, ¿de qué vive?
Ahí ya fue más difícil porque eso no funciona aquí, pero ya había empezado a hacer unas cosas con textos de Neruda y eso todavía se vende y ha ayudado. No es fácil porque en el mundo no se vende mucho arte, se habla mucho pero no se vende, son puras mentiras. Hay un crítico que dice que no hay que apiadarse de los jóvenes que no venden porque nadie los obligó y tiene razón, así que yo les digo a los muchachos que en el fondo van a tener hartas dificultades si quieren hacer algo propio.
A pesar de los golpes que ha vivido, usted sigue mirando el mundo como lo ha hecho durante toda su vida, ¿cómo se logra hacer eso?
Yo creo que hay una cierta responsabilidad que se acentúo mucho cuando salí la primera vez de prisión porque sentí una responsabilidad por los que quedaban adentro. Después, cuando salí al exilio y salí vivo, tenía una responsabilidad por los que quedaban aquí y que tenían que seguir sufriendo. Siempre ha existido algo que esta mezclado entre responsabilidad y culpa, una culpa de estar vivo y ser libre. Esas cosas hacen mucho daño pero están mezcladas con un cierto optimismo. Deben ser las pieles de la serpiente.