Académico del Departamento de Artes Visuales:

Luis Montes: "Las cosas cambiaron radicalmente"

Luis Montes: "Las cosas cambiaron radicalmente"

"Mi vocación estaba metida en los genes", señala Luis Montes, académico y ex subdirector del Departamento de Artes Visuales. Su padre era profesor de artes plásticas y de música, por lo que creció "con la música a diario, y con el dibujo y la pintura también" y ya en tercero medio había decidido estudiar arte.

Junto a su hermana, llegó directamente desde Osorno a la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile en 1970, "periodo en que este país estaba con un tremendo cambio político, social, cultural, y la cultura afloraba por todos los poros, más aún de los alumnos y de la gente que estaba vinculada a las artes", recuerda el profesor.

Fue Marta Colvin quien le recomendó que siguiera escultura. De ella, Luis Montes fue estudiante en primer año de carrera, el último en que la destacada artista chilena se desempeñó como docente de la Escuela de Bellas Artes. "Hicimos como una amistad y ella vio que yo tenía interés. Me invitaba a su taller que quedaba frente a la Escuela, había que cruzar el puente y llegábamos. Una mujer de una calidad humana tremenda. Martita miraba y sabía altiro cuando algo estaba mal, te corregía, te criticaba, parece que te trasmitiese esa fuerza de hacer las cosas bien".

¿Cómo fue ser alumno de Marta Colvin?

Ella estaba en pleno apogeo. Ese mismo año le dieron el Premio en la Bienal de Sao Paulo, por lo tanto, era la figura escultórica en ese momento aquí, e internacionalmente ya era muy reconocida. Nosotros no teníamos conciencia de quién era y después de un par de meses empezamos a saberlo. Era muy dulce, humilde, nunca arrogante, muy maternal, muy pedagoga, comprometida. Te llevaba en un camino de trabajo sin que tú sintieras que estaba la exigencia. Estuve con ella un año, y ese año fue súper provechoso. Hicimos un trabajo como curso y ella seleccionó a un número determinado de personas e hicimos una ampliación de una obra de ella que era "La Pincoya". La Pincoya, como comuna o población, se estaba recién construyendo y ella donó una Pincoya que había hecho. La agrandamos a 4 o 5 metros de altura y se instaló arriba del cerro. Era el símbolo de la población, la primera que tenía una obra escultórica. Lamentablemente, los pobladores no tenían cultura y fue destruida, poco a poco, vendiendo los fierros hasta que se terminó.

Usted llegó a la Escuela en 1970, ¿cómo fue el proceso de cambio del Parque Forestal a Las Encinas?

Entré a la Escuela en un período en que la Universidad estaba en un proceso de cambio, toda la sociedad y eso uno lo percibía. Los artistas, los estudiantes, los profesores, yo diría en un número muy considerable, estaban comprometidos con estos cambios y participaban donando sus obras para que pudiesen llegar a la mayor cantidad posible de gente. No sólo exponían en museo y galerías. Se hacían exposiciones en el parque y todo el mundo las visitaba. Por lo tanto, el cambio posterior aquí, fue un cambio obligatorio, violento. Mucha gente quedó en el camino. La Escuela de Bellas Artes era la que estaba en el Parque, había otra sede en José Miguel de la Barra que tenía que ver con la gente de pedagogía, estaba el Decanato en Miraflores, la Escuela de Artes Aplicadas en Arturo Prat y Los Olmos que era Canteros. Todo eso conformaba la ex Escuela de Bellas Artes. Yo calculo que en ese momento teníamos unos 300 académicos haciendo clases y se redujo a un número bastante menor, con pérdidas académicas de enorme prestigio y capacidad, que por tener otra forma de pensar no podían proseguir. Felizmente, algunos pudieron retornar a al Universidad y otros no tuvieron la posibilidad de hacerlo. Cuando llegamos aquí, esto estaba intervenido y cambia todo el sistema. Ya no es el sueño que uno tenía, se rompió inmediatamente. Los temores y las desconfianzas hacia las personas crecieron considerablemente y te vas tropezando con personas que ya no son las mismas que tú conocías. Uno se dedicaba a cumplir exclusivamente con las funciones de alumno y esa situación continuó en la Universidad hasta un período bastante largo.

¿Hasta que año, más o menos?

Hasta el año 86 u 87 teníamos un Decano intervenido. Ya en ese periodo no éramos Escuela porque se había transformado en Facultad de Artes por la unión de Bellas Artes y de Artes Musicales. Las cosas cambiaron radicalmente en todos los aspectos. Teníamos un tercio de lo que teníamos en infraestructura y era un tercio construido de lo que tenemos actualmente. Estaban estas oficinas, el subterráneo que se transformó para salas teóricas, parte del pabellón norte, el casino y no había más.

¿Cómo lo hicieron con la cantidad de estudiantes que había?

Estuvimos repartidos. Una parte aquí (Las Encinas) y la otra en Los Olmos. Después, uno de los decanos interventores lo vendió, prácticamente lo regaló. No tenía visión ni capacidad para entender lo que era el arte y su asesor tampoco. Los que tenían alguna vinculación con el arte y eran académicos aquí, no tuvieron la visión, ni la capacidad, ni el coraje para defender la institución y esa era una Escuela que había formado con todos lo esfuerzos y la visión otro Premio Nacional que era Samuel Román.

Profesor, ¿por qué decide quedarse como ayudante en un ambiente tan "denso"?

El 73 comienzo a trabajar como profesor en un colegio porque había que sobrevivir de alguna manera. Yo viví en el pensionado y el golpe me pilló en el pensionado del Pedagógico. Perdimos todo y tuve que saltar las rejas para poder salir. En ese entonces, colindaba con la Academia de Guerra de la FACH, por lo tanto las factibilidades de intervención o caer preso eran inminentes y uno no podía salir por la puerta principal. El sólo hecho de tener el pelo largo y andar mal vestido era sospecha de terrorismo y veía como se estaba comportando la situación y era muy compleja. El ayudante que en ese momento ya era profesor del curso de escultura que yo había terminado, me llamó y me avisó que estaban llamando para una ayudantía y me dice, preséntate porque creo que tienes la experiencia y la capacidad para hacerlo. Me entrevistaron y después me dijeron que había quedado. Por qué me quedé aquí, porque me interesó, porque yo sentía que era mi lugar, no ser profesor, sino estar vinculado al quehacer artístico. Me sentía más cómodo aquí que en el colegio, pero seguí haciendo clases allá como 20 años, hasta que sentí que ya no podía hacer todas las cosas juntas.

¿Cómo se recupera la confianza al interior de la Facultad?

Empieza a establecerse una generación más joven porque la más antigua tiene asegurado su fututo y solamente algunas excepciones asumen una responsabilidad con la institución con mayor riesgo, lo cual en algunos casos les costó el puesto o el intento de sacarlos. Otros, simplemente por dignidad, se fueron porque no aceptaron imposiciones, el descriterio de la autoridad. Poco a poco, nosotros fuimos conformando un grupo que estaba interesado en la institución más allá de un asunto de sobrevivencia personal, en el sentido de resguardar el lugar de trabajo para ganarse unos pesos y nos formamos alrededor de uno u otro académico que ya tenía sus años de experiencia. No nos formamos solos, sino con la tradición y experiencia de otro académico. En mi caso fue Egenau y también Patricia del Canto. Este Departamento tuvo la particularidad de ser el primer departamento de la Facultad que comenzó a tener Consejos Departamentales que asesoraba a la dirección y eso permitió que algunos empezarán a comprometerse con el destino de esta Escuela, que era complejo, precario, sin plata, sin objetivos generales. Como Facultad tenía el nombre, pero no sabía para dónde ir. Yo creo que recién ahora hay claridad sobre lo que queremos como Facultad y para dónde quiere ir cada Departamento.

¿Y qué es lo que quieren como Facultad?

A esta Facultad le ha costado mucho. Primero tuvo que batallar para poder sobrevivir dentro de la Universidad y después batallar para sobrevivir económicamente con las posibilidades que le daba la Universidad. Somos una Facultad del rango D, no somos ABC1 y eso tiene sus complejidades. Antes ni siquiera existía un Fondo de Desarrollo de Creación Artística. Ahora hay un objetivo general, pero que todos los Departamentos concuerden y estén apuntando a eso no es fácil. Todos tenemos derecho a tener una visión de universidad y eso es lo que enriquece a una institución. Felizmente, parece que esa cosa va en buen camino, va cambiando.

Cuando asumió como Subdirector, ¿con qué situación se enfrentó?

Para nadie era un misterio que este era un Departamento que estaba dividido en grupos. Prácticamente, desconfiaban de todo el mundo. Imponer una manera de hacer universidad, de hacer escuela, sin tener la capacidad y la grandeza de poder escuchar al otro y discutir académicamente las cosas. Por ello, un tema fue cómo generar confianza en las personas, en el sentido de que tú estabas detrás de un proyecto institucional y no de un proyecto personal. No tenía ambición de poder, en el fondo tenía ambición de servicio. Me gusta, me comprometo, me llena. Siento que puedo contribuir y siento que cuando he contribuido no lo he hecho mal. Por lo tanto, de parte de mis pares hay una credibilidad porque soy transparente y preciso. Cuando hay que decir las cosas las digo, pero yo no tengo el prejuicio de no poder conversar con todos y creo que una de las cosas en que contribuí, fue en abrir los espacios para conversar. A raíz de los planes de estudios, pasamos por un periodo bastante complejo. Había posiciones irreconciliables hasta que se estableció una comisión en la Facultad, en que hicimos una propuesta que es la base sobre la que estamos trabajando. La única manera de resolver los problemas es conversando. Si nosotros, la universidad que es la base, se constituye por la diversidad de visiones de mundo y no somos capaces de dialogar, de analizar con profundidad los temas y no tenemos una visión institucional sobre qué es lo que queremos, posiblemente todavía estaríamos divididos y sin rumbo.

Pero, ¿la unión se logró de alguna manera?

Yo creo que nosotros podemos tener visiones y posiciones absolutamente distintas. Tenemos que tener la capacidad de defender esas posiciones con toda la fuerza de nuestras convicciones y de nuestros ideales, pero tenemos que tener también todas las fuerzas y la convicción para poder salir después de esa mesa y seguir siendo universidad.

Para terminar, ¿cómo se vive en un espacio que trae malos recuerdos, heridas?

Las heridas se pueden sanar, pero no se olvida. Yo creo que perder esos sueños que uno tenía de juventud tan bruscamente, tan violentamente, no son cosas que uno pueda decir, sabe se olvidaron. Pero, la vida es sabia. Es como la vegetación, después vuelve a florecer. Es difícil, cuesta, pero florece. Entonces, uno sigue contribuyendo, creando, pensando que tiene la vocación de educador, de servidor en cada logro que tiene con los alumnos y ya no hay tiempo para mantener eternamente situaciones tan amargas como las que tuvimos. Lo único que uno espera y contribuye es, justamente, cómo podemos alcanzar objetivos institucionales que vayan en beneficio de la Facultad, de todos, con el objeto que esa ceguera que en algún momento nos tocó, no nos vuelva a conducir a cerrarnos, a no escuchar al otro. Así, uno puede seguir avanzando.

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