Tras la publicación del libro "Retrato del artista como samurái":

Prof. Federico Galende: "Carlos Bogni buscó siempre el momento solitario del arte"

Prof. Galende: "Carlos Bogni buscó el momento solitario del arte"

Publicada por Mundana Ediciones (2021), Retrato del artista como samurái es un texto que conjuga esbozos de la biografía del artista Carlos Bogni con pinceladas provenientes de la ficción, cruzando distintos elementos e impresiones de amigos que lo conocieron como del propio protagonista, que contempla su vida como un espectador pasivo. Formado en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile entre 1976 y 1986, obteniendo el título de la Licenciatura en Artes con mención en Pintura, Bogni se transformó en una de las grandes figuras de la plástica nacional. Estudió en los talleres literarios del destacado antipoeta Nicanor Parra, sin embargo nunca se le dieron las becas, los premios y las entrevistas.

“Carlos Bogni me proporcionó una manera encantada de pensar la vida, donde el arte asoma de tanto en tanto como un invitado importante pero difícil, como pasión inútil y amorosa materia sombría. En ese sentido el libro mismo es autobiográfico, porque hablando de Bogni abordo también mi relación sobre el escribir y el hacer teorías. Esas cosas se hacen siempre con una pizca de devoción misteriosa”, sostuvo el profesor Federico Galende respecto de esta publicación que retrata la estética de la vida a partir de los diferentes lados de un artista.

La escena de entrada del libro pone al centro al propio Bogni, quien cayó por una escalera mientras pintaba su versión personal de Vía Cripta, inspirada en una de las obras más célebres de Andrea Mantegna, titulada Lamentación sobre Cristo Muerto. El libro muestra esta vida marcada por las peripecias y contrariedades, recorriendo dolorosos tropiezos a los que acompañan la soledad, el humor y la decepción. Su ex novia contrajo matrimonio y pese a sus intentos por recuperar parte de los ahorros que ambos tenían en común, el protagonista se vio obligado a arrancar de esa casa, tras ser amenazado por el cónyugue con un cuchillo con el que le indicó la puerta de salida.

Cansado de todo, tomó una decisión que cambiaría su rumbo. Emprendería un viaje a Nueva York, pero este nuevo comienzo no estaría exento de dificultades. Telefoneó a un amigo con el que se hospedaría durante ese tiempo, pero no obtuvo respuesta. Se quedó viviendo durante una semana en una estación de trenes hasta que consiguió trabajar en una pizzería, según relata el académico. “Me interesaba mostrar a un personaje que persigue el mismo éxito que lo esquiva. El pasaje a la felicidad siempre está arruinado, mal impreso”, comentó el autor.

La obra de Carlos Bogni

Asimismo, la obra rescata algunos pasajes del pasado de Carlos Bogni que dan cuenta de su trayectoria y desarrollo en el mundo de las artes. A los 16 años se queda solo, a cargo de dos propiedades pareadas en la comuna de Estación Central. Una mañana Bogni despertó enojado, se levantó y tiró los ladrillos que separaban las dos casas para construir una galería en la que exhibiría los trabajos de sus compañeros y compañeras. Al cabo de unos meses de excavación ininterrumpida se formó al centro de la cocina una fosa de varios metros de profundidad, que pasó a ser parte de su obra. Esta casa-galería-taller fue un espacio en que las inauguraciones se prolongaban en fiestas a las que asistían estudiantes de arte, actrices del Trolley, espacio ícono de la resistencia cultural durante la dictadura militar en Chile, y pintores marginales. Los poetas no eran bienvenidos, así lo relata el libro.

“Bogni es un artista del hambre, en el sentido kafkiano. Creo que su obra apunta a un desequilibrio que tiene sin embargo un marco muy puntilloso, y esto genera una histérica telaraña de imágenes al interior de encuadre obsesivo. Es como alguien que enloquece al interior de la propia pieza en la que se encerró. Y a la vez, es propio del arte de procesos que siempre deje algo abierto y que no se convierta en un resultado. Pero a veces es como si Bogni quisiera ir un poco más atrás y mostrar que, incluso en los procesos propios del arte conceptualista, había una conclusión. Él se oponía a los finales”, destacó Galende, añadiendo que el personaje le permitió evocar una época underground del arte que está heredada al presente y a muchas de las generaciones de artistas que hoy trabajan en el medio.

Durante su estadía en Nueva York, que duraría 10 años, Bogni gastó los primeros ahorros que hizo en la pizzería en una cámara fotográfica y comenzó a experimentar con la fotografía de paisajes, pájaros y gente de los suburbios de Manhattan. “Le atraía vincularse con las materias primitivas de cualquier quehacer estético. La meditación, la respiración, la fotografía de aves en la paz de un bosque y las postales marginales, que coleccionaba para exhibir en revés del sueño americano. Bogni fue a Nueva York, pero visualmente lo que hizo fue como dar vuelta un guante: no mostró los sueños de la vida americana, sino el insonmio”, destacó el académico respecto del trabajo que desempeñó abarcando deliberadamente imágenes nocturnas y detalles insustanciales.

¿Cómo entiende Carlos Bogni la soledad a lo largo de su vida y en su obra? Y, ¿de qué manera este sentir se vincula con el crítico, teórico del arte y académico del Departamento de Teoría de las Artes, prof. Guillermo Machuca, a quien dedica esta obra?

Carlos Bogni buscaba siempre el momento solitario del arte. Si bien, el arte no puede existir sin la práctica de los demás, tampoco puede existir si prescinde de un momento propio. Con el acto de escribir libros pasa hoy algo similar: uno se siente mucho más solo en estos proyectos que cuando hace clases o cumple con las obligaciones académicas. Por eso me gusta escribir, ojalá sin estar precedido de teorías que me protejan y me custodien. Eso está tomado de algo que le ocurría al propio Bogni. Para ser un artista tenía que pasar y habitar la soledad. Es la soledad pensada como comida del existir y que está traducida a diversos modos de hacer, que siguen siendo muy fieles a las maneras en que se concibe un trabajo. Guillermo Machuca aparece en el libro porque él también entendía la vida así, y a la vez porque es un amigo del alma que se marchó temprano. Siempre pensamos que las personas a las que queremos se marchan más temprano de lo que deberían, pero bueno, eso es parte de un egoísmo también. Siempre consideré a Machuca una especie de moralista impuro, y esa paradoja me importa mucho.

En las últimas páginas de este libro, el artista visual recibió la invitación para exponer una retrospectiva de su obra en el Museo Nacional de Bellas Artes, razón por la que vuelve a Chile. ¿Cómo describiría esta exhibición? Y, ¿por qué el concepto de esta propuesta no fue comprendido?

Tráfico de Influencias fue el título de una exhibición que montó Carlos Bogni tras su regreso al país, y allí, en lugar de mostrar un resultado consumado y en limpio, optó por exponer en qué medida su obra estaba emparentada con otras obras. Bogni ha transitado por muchos formatos, y sigue sin detenerse. Por eso es también un artista impuro. De todos modos el mío no es un libro sobre su obra, es un libro humorístico y triste sobre lo que significa vivir. Tomé su exposición en el Bellas Artes como uno más de sus periplos incomprendidos, y como motivo de refrescos de imágenes que las mayorías olvidan. A mí las vanguardias no me interesan como arrojo de futuridad, me interesan como pasados homenajeados en grutas endebles.

Federico Galende (Rosario, 1965) es investigador, escritor y teórico. Doctor en Filosofía y académico del Departamento de Teoría de las Artes de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile. Ha publicado, entre otros libros, Filtraciones. Conversaciones sobre el arte en Chile (2019); Rancière y el problema de la igualdad en la política y en la estética (2019); Historia de mis pies (2018); Memorias de octubre (2017); La república perdida (2017); Comunismo del hombre solo (2016); Vanguardistas, críticos y experimentales (2014) y Me dijo Miranda (2013).

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