Columna de opinión:

"La fotografía en las Alamedas", por Rodrigo Zúñiga

"La fotografía en las Alamedas", por Rodrigo Zúñiga

Afortunadamente contábamos contigo, Fotografía.

Desde la tarde del viernes 18 de octubre, son muchas las sensaciones que se respiran en las calles de Santiago y se hace muy difícil resumirlas en un solo sustantivo. Nuestras palabras muchas veces no llegan a destino. Se vuelven una nebulosa y se desvanecen antes de tiempo. Han sido horas de inestables turbulencias anímicas.  En cada uno de nosotros, la desazón y el entusiasmo, la impotencia y la esperanza, la incertidumbre y la convicción, conviven todavía sin ningún pudor.

Afortunadamente contábamos contigo. Por toda vacilación, una imagen. En el fragor mismo del suceso, una imagen. Cuando ya no teníamos recursos: una imagen.

En las marchas y convocatorias, la multitud constituyente que se tomó las calles presintió que era el momento de hacer política desde la raíz del lenguaje. Hacer política desde la raíz del lenguaje significa reconfigurar lo sensible. Este presentimiento se tradujo en una germinación excitante de poéticas de toda índole (verbales, plásticas, musicales, gráficas, icónicas, performativas, etc.).  Luchar contra los sentidos comunes y refundar los imaginarios que han imperado hasta ahora sin contrapeso en nuestro país, forman parte de las secuelas virtuosas de ese largo sismo que estamos atravesando.

Afortunadamente contábamos contigo. Abro Facebook o Instagram o me encuentro con una gastada pared en la plaza de mi esquina, recibo un adjunto en mi bandeja de Whatsapp o me entero por una hoja impresa pegada a un poste, reviso distraído un diario cualquiera o navego por páginas de contingencia: en todos lados —esos lados que no sabemos, ya, exactamente en qué lado están— las imágenes fotográficas, con sus potencias plurales y multiplicadoras, que son también, otras veces, potencias testimoniales irrebatibles, dicen presente como entidades performativas. ¿No sabíamos hace tiempo, acaso, que las imágenes actúan? Pues sí, actúan, nos conectan, nos movilizan, nos arrojan furia, nos imprecan, nos enternecen, declaran, persuaden, acusan, reclaman, alzan la voz, nos preservan ante la arremetida de la indiferencia. Vivimos una era de imágenes performativas: interactuando con ellas, y a partir de ellas, interactuamos permanentemente, y de manera compleja, con nuestro entorno, con el mundo.

En redes sociales, vemos el nacimiento de íconos populares como el Negro Matapacos, intervenciones de colectivos artísticos que crean imágenes del gabinete completo con pérdida de uno de sus ojos, vemos los trabajos de las “Brigadas Fotográficas” del Festival Internacional de Fotografía de Valparaíso (FIFV 2019), vemos fotos anónimas que se expanden como un susurro violento, vemos fotos de autor que se recortan y conviven con otras postales amateurs, vemos fotos aéreas o fotos in situ, vemos fotos fijas de una secuencia de video, vemos fotos de fotos, fotos de dibujos, fotos de pancartas, fotos de chistes públicos, fotos de murales en distintas poblaciones de Chile (como aquél dedicado a José Uribe, muerto en Curicó por disparos de una patrulla militar), o simples fotos de conferencias de prensa, o fotos memoriales de los asesinados o desaparecidos, o fotos testimoniales de los mutilados, o elaborados memes de humor disparatado y a la orden del día, o imágenes memorables como aquella -famosa en todo el mundo- que capturó la actriz Susana Hidalgo el día en que se desarrolló la marcha más grande la historia de Chile, o …

Esta bitácora fotográfica y foto-videográfica podría tomarnos horas y horas y aún así tal vez no acabaría. Es tan masiva e imponente como la fuerza que a ella misma la arrastra: la de la multiplicación exponencial, la de la experiencia colectiva de un mundo que se vuelve (a veces, muy pocas veces) pura multiplicación de vistas y perspectivas críticas sobre una catástrofe social que vivíamos, en Chile, al modo de una penitencia que no tendría nunca final.

Afortunadamente contábamos contigo, Fotografía.

Y de pronto volvimos a estar juntos, en las Alamedas, palpitando al unísono una marea feliz de imágenes y posibilidades críticas latentes. Afortunadamente contábamos con esta fotografía analógica residual, pero también con esta fotografía expandida digitalmente, o con esta fotografía que ya no es fotografía sino imagen numérica o algo más: afortunadamente contábamos con todas las eras tecnológicas de la fotografía (y sus respectivas potencias) articuladas en un solo magma fotográfico. Afortunadamente nuestros cuerpos respiran y expiran imágenes, afortunadamente voltean unas imágenes para dejar alumbrar otras imágenes, otras potencias icónicas, otras imágenes insurrectas. Afortunadamente nuestros cuerpos son espacios constituyentes de imágenes de un mejor porvenir. Afortunadamente nuestros cuerpos alojan no sólo visionados y registros de meras imágenes ya existentes, sino también ellos mismos se han convertido en performers de conectividad: cada uno de nosotros, dentro y fuera de su aparato digital, en ese umbral extraño y cotidiano, se ha convertido en interfaz, en un múltiplo dinámico y lector agudo de esas imágenes significantes que han tomado el territorio visual durante estos días inolvidables.

Afortunadamente, la revuelta multi-sectorial y las protestas de la población contra la desigualdad y la injusticia, coparon los terrenos virtuales con una presencia plural (la de ese pueblo “que despertó”: la de cada uno de los innumerables que formamos parte de ese nuevo “nosotros”), presencia que siguió multiplicándose y ampliándose en cada imagen fotográfica que salió a la luz.

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