La historia de Renato Peralta no comienza como muchas, ya que su sueño de niño no fue dedicarse a la danza, sino a la gimnasia. Pero el destino, y uno de sus hermanos que estaba en el Ballet Nacional Chileno (Banch), lo guiaron hasta la Universidad de Chile, a la que llegó en el año 1974 cuando cursaba tercer año medio.
“Tomé una clase y me dijeron que tenía condiciones. Me empezó a gustar inmediatamente y me quedé hasta el día de hoy”, cuenta. Renato asegura que una vez dentro, nunca se cuestionó el no seguir con su vocación inicial e incluso aplicó sus habilidades aprendidas en coordinación y salto. “Logré fusionar ambas cosas y quizás tenía el bicho de la danza guardado”, agrega.
De su paso por la Casa de Bello, dice que había mucha demanda de bailarines y que de los 18 varones que entraron en primer año, egresaron solamente cuatro. En esa época, relata, era el anhelo de todos llegar al Banch, ya que había una especie de mística que rodeaba a su sala de ballet y sus integrantes. Sueño que Renato logró concretar en el año 1976 cuando fue contratado por media jornada.
“Yo creo que tuve mucha suerte como intérprete porque los profesores de la escuela eran los mismos bailarines del Ballet, entonces había un vínculo muy bonito entre ambos, tengo muy lindos recuerdos”, manifiesta.
Egresó en el año 1977, pero no obtuvo su título hasta siete años después, ya que danza no era reconocida como carrera universitaria, y su examen de grado le entregó uno de los roles que recuerda con más cariño de su trayectoria: el bufón de la obra Carmina Burana, para el cual fue escogido por el propio fundador del Banch, Ernst Uthoff. Y también menciona orgulloso su papel de El Germinador en La vindicación de la primavera, de Patricio Bunster.
Su carrera estuvo llena de presentaciones con grandes coreógrafos y viajes por el mundo, hasta que un día, hace unos 13 años atrás, decidió que su camino estaba tras el escenario y en las aulas. Así, impartió clases de técnica clásica por unos diez años, además de desempeñarse como asistente de ensayo y director de escena, labor que aún realiza en el Banch.
“Nunca he echado de menos estar arriba de un escenario, mi tarea ahora es estar detrás de los bailarines. El aplauso que reciben ellos me rebota y yo con eso soy feliz”, señala el bailarín de 58 años que lleva el arte en la sangre y que, además, supo traspasar a sus hijos, los reconocidos Power Peralta, de quienes hoy disfruta sus triunfos.