“A los cinco años yo sabía que estudiaría en la Escuela de Bellas Artes. Mis padres, él escultor y ella pintora, me lo dijeron cuando vieron mis primeros dibujos, y a mí me pareció que era un regalo porque desde que tenía esa edad que corría por los pasillos de lo que hoy es el Museo de Arte Contemporáneo”, recuerda Patricia Vargas, artista y académica del Departamento de Artes Visuales que creció vinculada al mundo del arte, viendo a su padre trabajar en su taller de escultura y a su madre pintando.
Ésa era la cotidianidad de esta mujer que a los 16 años dejó su colegio para continuar sus estudios en el Instituto de Estudios Secundarios de la Universidad de Chile (Isuch) en las mañanas y en las tardes trasladarse a la Escuela de Bellas Artes. “Entrar a la Escuela fue la felicidad más grande que he tenido. Tu única exigencia era ir a clases de dibujo, a clases de pintura. Fueron años maravillosos”, añade esta artista que, una vez terminado sus estudios, se alejó de la Escuela de Bellas Artes para volver como ayudante algunos años después, iniciando así su carrera docente en la Universidad de Chile.
También los 16 años fueron decisivos para Macarena Campbell. Tras participar desde la infancia en talleres de danza en el Teatro Municipal, la actual bailarina y académica del Departamento de Danza determinó que se dedicaría de modo profesional a esa disciplina. “Para mi familia era más bien una actividad extra programática, nunca una posibilidad de profesión. Por eso cuando vieron que quería entrar al Conservatorio fue complejo, y después, cuando decidí irme a Europa, fue peor porque era una opción demasiado radical para ellos”. Ahí no sólo descubrió la danza contemporánea, sino también nuevas formas de relacionarse con su cuerpo que la llevaron a cuestionar aún más la forma en que había sido formada en Chile.
“Veía a mis compañeras acá en Chile con problemas de salud, anorexia. No sólo me pasó en el Municipal sino que acá en la Chile también, pero yo tenía esa lucidez por el apoyo familiar con que contaba. Me dije que este no era el mundo que quiero, así que decidí buscar rumbo en otros lados, buscar otra alternativa para llegar a la danza”, explica.
Hoy, ya con una camino recorrido en la danza, Macarena Campbell declara: “Para mí, estar aquí es revindicar mi manera de ver el aprendizaje en danza, que puede ser de otra manera porque efectivamente hay cosas más relevantes que el peso de quienes lo practican. La danza es estar en un espacio de conexión contigo misma y con el entorno. Por eso estoy en la academia, buscando estrategias para ampliar las posibilidades de aprendizaje en la danza, donde yo también aprendo”.
Por su parte, Patricia Vargas manifiesta con convicción que nunca se ha arrepentido de estudiar arte. “Siempre supe que éste era mi lugar. Lo sentía de adentro, de los huesos”, dice la hoy académica del Departamento de Artes Visuales.
Una búsqueda personal
¿Cuándo sabemos qué estudiar? Fabián Luengo, estudiante de II año de la Licenciatura en Artes mención Sonido, desde los 13 años toca guitarra y en cuarto medio ya tenía claro su panorama para la Educación Superior. “Estuve interesado en esta carrera desde que estaba en el colegio. Me gustaba la malla porque era una mezcla de música y tecnología”, cuenta.
Recuerda que en su época escolar ya se interesaba en el trabajo con la electrónica y los efectos de audio para guitarra. “Mi intención también era en un futuro componer y en esta carrera podía mezclar la parte artística, es decir, expresar a través de la música. Siento que me da herramientas para encontrar sonidos nuevos. Me gusta la parte experimental”, afirma. Pero sus planes cambiaron cuando logró un buen puntaje de PSU. “Mi familia me terminó convenciendo para entrar a ingeniería, en plan común. Ahí estuve dos años y medio, pero me faltaba la parte musical. Terminé por salirme y llegué acá”, cuenta Fabián.
Destaca que la estructura de los estudios de la Licenciatura en Sonido es muy clara en cuanto a lo que enseña. “Me gusta mucho el ambiente de la carrera porque puedo ver que mis compañeros están en la misma sintonía que yo, experimentando en distintas cosas y todo en base a dos áreas fundamentales: tecnología y arte. Hay mucha gente interesada en arte sonoro o en acústica y de cierta forma es una especie de balance entre ciencias y lo que sería música”, cuenta. Agrega además que hay muchos compañeros que hoy están con ganas de hacer algo distinto, rompiendo con ese estigma del sonidista que lo único que hace es mover perillas. “Hay algunos buscando hacer proyectos con grabaciones, utilizando espacios para producir arte sonoro o interesados en hacer arquitectura sonora”.
Para Mariagracia Cuadrado su relación con el arte comenzó a impulsarse desde su familia. Con padre artista visual, Mariagracia de 15 años y estudiante de 1ero medio en el Instituto de Estudios Secundarios (Isuch), pasó de tener un fuerte interés por la natación a una pasión que día a día se consolida más: la danza.
Entró al Isuch cuando tenía 10 años y pasó por la Escuela Exploratoria, organizada también por el Isuch, donde tuvo clases de música, danza, actuación y artes visuales. “Después de pasar por la Escuela Exploratoria una profesora o profesor hace una carta de recomendación diciendo para qué eres buena y afortunadamente fui aprobada para danza”, recuerda. A medida que los cursos fueron avanzando, su camino por la danza también se fue ampliando paso a paso.
“En 8vo renació mi amor por el ballet y me empecé a dar cuenta de que me gustaba mucho. Incluso audicioné para el Teatro Municipal de Santiago y participé en la obra Cascanueces. Después de esta experiencia mi técnica cambió mucho. Una profesora que habíamos tenido en 6to básico en el curso de Iniciación en Danza, que se había ido fuera del país y volvió hace poco, me dijo que mi técnica había mejorado muchísimo. Nosotros acá nos grabábamos y yo me había dado cuenta de que me había superado”, cuenta Mariagracia. Agrega: “ahora es mi pasión. Quiero estudiar Danza en la Chile 100%”.
Descubrimiento
El estudiante de la Licenciatura en Artes mención Diseño Teatral, Felipe Hernández, y el docente del Departamento de Teoría de las Artes, Víctor Díaz, comparten una historia similar: estando en cuarto medio, ninguno de los dos conocía la carrera que finalmente terminaría estudiando. “Mi prioridad era ingresar a filosofía. No obstante, al poco tiempo lo reconsideré, pues todas las opciones que por aquellos días barajaba, como artes visuales, filosofía, literatura y diseño, se reunían en una sola disciplina. Intempestivamente, me percaté que mi vocación apuntaba a una disciplina de la cual no tenía noticia”, recuerda Víctor Díaz, quien conoció la malla de la Licenciatura en Artes mención Teoría e Historia del Arte a través de un folleto.
Felipe Hernández, en tanto, revisando en internet supo de la Licenciatura en Artes mención Diseño Teatral, una carrera que pensó significaría “una especie de libertad como creador. En ese entonces, también supuse que se me iba hacer mucho más fácil de lo que ha sido. Es una carrera bien difícil, que me ha obligado incluso a usar matemática, cosa que yo no me esperaba”, explica el estudiante de tercer año de esa Licenciatura.
A diferencia de él, Víctor Díaz ingresó sin mayores expectativas a la carrera de la que fue encantándose poco a poco, “gracias, en parte, a mis compañeros de generación, con los cuales manteníamos intensas conversaciones y una sana competencia. Pero también a muchas de las cátedras dictadas por los que hoy llamo colegas, quienes subsanaban la permanente precariedad material de nuestras dependencias con sesiones desafiantes y conversaciones fuera del aula igual de intensas; clases que no pretendían ofrecer demasiadas respuestas, sino instalar complejas preguntas, cuestión que agradezco hasta el día de hoy”.
Esos estímulos fueron los que lo llevaron a iniciar su camino en la docencia, con la intención de emular precisamente a quienes admira y con el deseo de “estimular en otros el ánimo por ingresar en las complejidades de un fenómeno artístico o estético, con la posibilidad de producir un nuevo conocimiento”, dice Víctor Díaz. Y agrega: “Supongo y espero en algún momento también confirmar, que hoy el discurso gestado desde la estética, la teoría del arte y la historia pueden ocupar el rol protagonista dentro del debate social”.
Felipe Hernández, en tanto, no tiene del todo claro cuál es la relevancia de estudiar Diseño Teatral “o incluso cualquier carrera del ámbito artístico habiendo cuestiones tan complejas que están ocurriendo justo en este momento en el mundo”, dice. Sin embargo, es enfático en señalar que lo fundamental es que los conocimientos circulen y se hagan más grandes y complejos. “Dejar legado y generar memoria, eso es de suma importancia para la cultura de un pueblo. Hay que reconocerse y poder representarnos. Por eso es que no creo que la importancia de todo esto radique en el estudio académico propiamente tal, si no en la puesta en práctica de estos conocimientos”.
Un momento…
No provienen de una familia ligada al arte, pero en sus vidas un día algo pasó y sintieron que su camino debía ir por ahí. Tanto la actriz y académica del Departamento de Teatro, Ana Harcha, y el estudiante de la Licenciatura en Artes con mención Teoría de la Música, Felipe Sandoval, encontraron en la creación artística un lugar desde el cual vincularse con el mundo.
Oriunda de Pitrufquén, Ana se integró en cuarto medio al grupo de teatro de aficionados que se desarrollaba en la Universidad Católica de Temuco. Fue montando La ópera de tres centavos de Brecht que se decidió por el teatro. “Antes que actuar, me gustó la vida del teatro, lo que podía suceder en mi vida si yo me dedicaba a estar en el teatro. Todo lo que tenía que ver con trabajar con uno, con el cuerpo, con las emociones, con otros. Esa sensación de vida en grupo, pero itinerante fue una cuestión que abrió todo un espectro de posibilidades para mí”, cuenta.
También durante su época escolar, Felipe Sandoval se acercó, casi de modo fortuito, a la música. “Empecé a notar que la música llegaba a las personas no sólo por lo bonito que era o sonaba, sino que aportaba a la reflexión, a la crítica. Desde ahí me di cuenta que el mundo de arte tenía un componente político que me pareció bastante interesante”.
Ya en la Escuela de Teatro de la Universidad Católica, Ana Harcha notó que su idea de lo teatral distaba mucho de lo que en la “academia” se enseñaba. “Lo más parecido que había vivido era lo que tenía que ver con el imaginario del acto de la escuela, es decir las presentaciones del grupo de folclore, recitar poesía, incluso desfilar para el 18 de septiembre, eso era lo espectacular para mí. A eso se suma las visitas que hacían esporádicamente los circos a Pitrufquén, que también era una condición de lo espectacular”, dice.
En esa condición enfrentó sus años de universidad y fue en los cursos de dramaturgia cuando comenzó a fusionar su experiencia artística de infancia con la que estaba adquiriendo en Santiago. “Desde que salí de la escuela, el camino ha sido profundizar en cómo hacer dialogar ambas experiencias Yo no sé si se me hubiera ocurrido estudiar teatro si no hubiese recitado poesía en la escuela, si nunca hubiese estado en el grupo de folclore. Yo sí creo que esos son gérmenes de lo teatral y son cosas que ahora trato de unir”.
Por su parte, Felipe Sandoval llegó a la Teoría de la Música interesado en lo que vio en la malla. Ya en la Facultad de Artes coincidió en el Taller de Música Latinoamericana con otras personas atraídas por ese tipo de música, encuentro que significó la creación del grupo Sexto Piso.
Próximo a concluir sus estudios, planea proyectar su trabajo en una dirección más masiva. “Cuando se hace clases a personas que quizás no están tan vinculadas al mundo del arte, te das cuenta de que hay un elemento transformador que hace que las personas desarrollen pensamiento crítico, disciplina y habilidades. Eso me parece fundamental en una sociedad que apunta cada vez más a la competencia y el individualismo”, dice.
Ya con una recorrido en las artes escénicas, Ana Harcha reafirma sus convicciones. “Me encanta y amo el teatro porque es el único arte donde tienes la garantía y la obligación de no estar solo, lo que me hace que siempre querer volver a estar en él”.
“He dudado de hartas cosas en la vida, pero no de ésta y creo que es porque nunca entendí el teatro como un fin en si mismo, sino que el teatro para mi ha sido un medio para estar en la vida”, sentenció.